viernes, 28 de diciembre de 2012

La última salida


La última entrada del año  pensaba dedicarla a las navidades.  Ni de niña me gustaban. Mis intenciones para estas fechas eran contundentes: apagar  la televisión en cuanto apareciera  la imagen encartonada del rey ante su  protocolario discurso del rey;  aprovechar para ir al baño  al ver salir en pantalla  presidente por aquí, presidente por allá...  ahorrarme  belenes y canciones de viejas glorias enchufadas. Incluso tenía planeando escusas tipo cefalea, vómitos o diarrea   para eludir alguno de  los eventos familiares. Simplemente, sin ánimos,  cansada.  Y, de repente, tras dos noches sin dormir espiando su respiración, tras dos noches esperando lo inevitable, se apagó  la luz que a su manera  tanto había luchado por mantener  encendida.   

Exitus; así se cierra la historia clínica de un paciente al fallecer. Del latín, exitus letalis. Salida hacia la muerte. Qué algo se va, se nota, se siente  en el mismísimo instante de apagarse esa vida previamente sana o enferma, en coma o agonizando, sufriendo o durmiendo, aún presente. El caso es que, en esta ocasión - ya fuera por la cercanía,  la intensidad del momento, la necesidad de él -  esta  salida no la he sentido tan evidente.  Ahí seguía, sin irse, descansaba, como envuelto, velado, tan presente horas después de su certificada salida.

Salida hacia la muerte. De acuerdo. Pero, me pregunto. Si la muerte es la nada, sentirla como una salida, sentirla como tal, no me parece sea la manera lógica de sentirla, puesto que si se siente que algo se va, se va hacia algún sitio y la nada no me parece un sitio en sí mismo. ¿O sí?  Quizá sí, sostendrán los pensadores de un tema que los médicos ni estudiamos ni solemos detenernos a analizar. Terminada la vida, termina nuestra labor, pasamos a otras vidas, otros enfermos, otros diagnósticos y tratamientos.

En fin, el cansancio acumulado durante estos últimos meses se ha convertido en una especie de sueño  colgante,  un peso más que un vacío,  una cierta serenidad envuelta en el abrigo de los que quedamos, una extraña mezcla entre soledad y compañía, apoyos, llamadas y mensajes que devuelves  agradecida,  fundida en esa salida.  Feliz año nuevo a todos.  
 
Foto:Hrair Sarkissian
Entrada F. Rafael Alomar
                                          


sábado, 15 de diciembre de 2012

Paseando por las Ramblas


Vengo de comprarme ropa. Las ofertas son tentadoras, aunque  la prenda escogida para probar  tiene que cumplir unos requisitos que rara vez cumple. El caso es que hoy he sustituido un abrigo por otro. Calidad, buena caída, buen precio. Mientras paseaba  por las Ramblas con las solapas elevadas y las manos en los bolsillos de mi estupendo  abrigo nuevo, me he sentido con las fuerzas algo recuperadas. Sin venir a cuento, se me ha ocurrido  una entrada para mi blog.

Durante estos meses,   conviviendo con la enfermedad desde el asiento del acompañante, he tenido la oportunidad de  constatar un hecho  entre curioso e interesante;  incluso me he dedicado a mi misma  una tenue sonrisa  sin dejar de pasear Rambla abajo. En realidad, nada nuevo, ya lo había intuido desde el otro lado del escritorio,  si bien, hasta ahora, no lo había racionalizado o reflexionado en su justa medida; pura casualidad, nada relevante,  eso pensaba.

“El mareo es prácticamente constante, floto al caminar desde hace meses” “Diario, sí, sí, diario, el dolor de cabeza  no me abandona  desde hace más de un año”   “Las palabras no me salen, me quedo bloqueado en plena conversación” me cuenta un paciente manteniendo  un lenguaje fluido envidiable. Simples ejemplos de lo que suele ocurrir en la consulta del médico: ese mareo, esa cefalea  persistente, justo en ese momento,  oh, casualidad, justo en ese momento, ha  desaparecido… cómo si el hecho de acudir al médico provocara en sí mismo un efecto curativo (por desgracia, un espejismo que dura lo que dura la visita y poco más) Hechizo temporal. Frente al médico; asintomáticos.

Ante estas situaciones aprovecho para tranquilizar al paciente.  Los procesos o enfermedades neurológicas preocupantes habitualmente se constatan con una simple exploración clínica.  Eso no quiere decir que los síntomas no existan, por supuesto existen pero, tras la anamnesis y la exploración, en la gran mayoría de casos,  el neurólogo  estará en disposición de emitir  una impresión diagnóstica acertada.  

Pues bien,  no es que mi papel de acompañante de enfermo me haya hecho cambiar de criterio, sin embargo, me ha hecho reflexionar.  Quizá por su carácter, quizá por el esfuerzo extra que supone acudir a visitarse, determinados pacientes encuentran fuerzas para presentarse ante el médico en el mejor de su inestable  estado de salud. Ese día, se levantan del asiento, caminan aceptablemente bien, no se bloquean al hablar, no sangran, el  dolor es tolerable,  ese día que deberían mostrarse los síntomas en todo su esplendor para que el médico pudiera valorar el problema con la mayor exactitud posible, ese día los síntomas, los síntomas, qué síntomas. Ah, y en los procesos graves aparentemente estacionados, las desgracias que están a punto de aparecer, aparecerán mañana.

Así estamos.  Paseando por las Ramblas, un Shawarma, me apetece un Shawarma, pasar por el video club y escoger una película. Suena el movil.
 
 
Imagenes en Google
Sin referencia del autor
 
 
                                    

 

jueves, 13 de diciembre de 2012

Calidad de muerte


Menudo tema. Lo siento, amigos, la asignatura ni se estudia, ni se nombra, pero toca. Como médico formado y dedicado a la calidad de vida del paciente, ha sido necesario la cercanía afectiva con la enfermedad  para que focalice esfuerzos, consultas y estrategias  orientadas a conseguir que  la situación  sea lo menos traumática posible una vez llegado a ese punto sin retorno.  Me explico y resalto.

Los mórficos son una excelente solución para aliviar  muchos procesos terminales que cursan con dolor, sin embargo, no  todo el sufrimiento que comporta el final de un elevado número de  enfermedades se resuelve con dichos fármacos. La sedación mediante otras medicaciones se presenta como necesaria en  muchas ocasiones planteandose a menudo  el dilema  entre  sedar  o sufrir -no sólo a nivel  físico sino también emocional- evitando en lo posible  terminar de modo activo con la vida del paciente. Curar y no matar es la misión del médico, señores; calidad de muerte; menuda asignatura suspendida en tantos casos.   

La eutanasia pasiva y activa. No me adentraré en un fondo sobre el cual no me he dedicado a lo largo de mi vida profesional. Solo pretendo apuntar  en la dirección en que tarde o temprano la sociedad  se verá destinada a afrontar de frente.  Cuántas aristas me vienen a la mente de bote pronto. El cansancio ante la prolongada enfermedad no ya por parte del paciente sino por parte de su entorno,  por ejemplo. Al paciente  le corresponde decidir sobre su final, por supuesto; pero el asunto no es tan sencillo como parece. Ni las fuerzas, ni la mente, ni los medios, ni el conocimiento adecuado…  hasta cuando si,  hasta cuando  no;  un tema realmente  complicado.
 
La sociedad envejece. Las residencias se llenan de casos que viven sin vivir en sí, pero  terminar con estas vidas porque ya no viven como nos gustaría que vivieran ni es de recibo ni debe plantearse así. Testamento vital; buen camino,  pero me temo que ni mucho menos suficiente. Cada caso con sus particularidades, sus límites. Sólo se me ocurre una solución: debate y debate,  cada paciente es un mundo, una historia, una vida, una muerte, afrontemos el tema desde  la reflexión; calidad de muerte; buen comienzo para arrancar  el debate, pero, sobretodo, un gran respiro para vivir  mejor lo que nos queda del día.   

Foto entrada F. Alicia Nuñez
 
 
 

 

 

domingo, 9 de diciembre de 2012

Materia y espíritu


Ante el frio, piscina climatizada como actividad saludable. La pereza es tremenda, más o menos equiparable a la sensación placentera posterior. Así que, cada tarde, terminadas las visitas, la misma duda, la misma pereza. Si me animo, al agua patos. Sobre un precioso fondo plateado, los primeros largos me distraen sin apenas necesidad de distraerme; el simple movimiento rítmico, la energía concentrada. Si supero un momento crítico -entre el aburrimiento y el cansancio-a punto de dejarlo, entro en un estado extraño; ni piensas, avanzas, te pierdes. Hasta veinte largos como objetivo. Luego la recompensa. Ligera, tan cansada como energética, a medio camino de casa; un clásico de Barcelona: Taktika Berri. Pinchos recién hechos: merluza, bacalao, tortilla de patatas jugosa; absolutamente deliciosos.

Agua bendita. El agua te limpia, te da vida; en cuerpo y alma. El alma o mente inmaterial. Diseccionando cadáveres, Descartes (1596) se fijó en una estructura del tamaño de un guisante en el interior del cerebro. Ahí está, pensó el pensador de "pienso luego existo"; el alma y el cuerpo interconectadas a través de esta pequeña estructura llamada glándula pineal. Fracaso tras fracaso, una historia de fracasos constructivos en busca de una explicación convincente a la mágica relación entre la mente y el cuerpo.

Me emociona -por sencillo y clarividente- como resume John Locke (1632) el enigma de nuestra existencia “Una de dos; o somos objetos materiales que piensan y tienen emociones o hay algo inmaterial en nosotros que piensa y tiene emociones y se relaciona exclusivamente con el objeto material que es nuestro cuerpo. Las dos alternativas resultan incomprensibles; sin embargo, una de las dos ha de ser cierta”

El hecho es que, hoy en día, la inmensa mayoría de científicos sostiene que la conducta racional puede explicarse en su totalidad por el funcionamiento del cerebro en conexión con el resto del sistema nervioso de nuestro organismo, sin necesidad de una mente inmaterial que la controle. No obstante, brazadas, sensaciones y creencias al margen, tengamos muy presente que la ciencia cierra alguna ventana, pero, sobretodo, abre puertas, así pues, amigos, al agua patos, buenas noches o buenos pinchos.

Foto entrada F. Alicia Nuñez
Benezech


                                                      


                                                   

domingo, 2 de diciembre de 2012

Facebook y la realidad


De este año asfixiante me quedo con Facebook. Quizá sea un poco  exagerado, en todo caso, no es un decir oportunista.  Además de servirme de lanzadera universal de mi blog, ha sido un placer descubrir la mente brillante e ingeniosa  de mi sobrino M., reencontrar amistades desde Texas a Australia, disfrutar de la acertadísima selección de frases de  D.M  al que no tengo el gusto de conocer,  adjuntar a mi archivo de imágenes  fotos magnificas introducidas por unos y por otros, descubrir música, contribuir a difundir proyectos de amigos...   Y, de momento, ningún disgusto. Algún contacto con el que no sintonizas se elimina  con la facilidad de apretar una tecla y santas pascuas.  Qué diferencia con la vida real donde cuando alguna relación te desengaña ya  las sueles  tener  metida en tu vida hasta en la sopa.

La vida real. Reflexionar sobre la realidad nos conduce de inmediato  a darnos cuenta de su subjetividad. “La edad no tiene remedio, la realidad sí”,  escribo en mi último libro recién publicado  La pierna olvidada. Captamos el mundo exterior a través de los sentidos, pero… ¿qué mundo captamos? ¿El mundo que vemos es el mundo que existe? ¿Conocemos la realidad o solo pensamos en ella? se pregunta la ciencia. Tengamos presente el siguiente ejemplo: si tuviéramos los receptores visuales de las abejas veríamos las radiaciones ultravioletas, dado que el ojo humano tiene sus limitaciones como órgano receptor,  nos perdemos la visión de dichos rayos. Y lo mismo ocurre con el resto de sentidos. Por otra parte, nuestro cerebro procesa la información que recibe a través de  estos receptores de una determinada manera. Un procesamiento neuronal que si fuera diferente percibiriamos  otro mundo, otra  realidad.  Así pues, receptores y procesadores cerebrales. Limitados. Extraordinarios. Los cinco sentidos. Cinco joyas a potenciar puesto que dichos procesadores cerebrales   están abiertos a la imaginación, a la creatividad, a un mundo propio potencialmente  mucho más rico que el recibido del exterior. La realidad está en nuestro interior; buena apreciación.

Resumiendo; nada más incierto que la realidad que vemos, nada más capaz de interiorizarse, desarrollarse, crecer, hacerse propia y de todos, y en ese aspecto, bienvenidas sean las redes sociales,  altenativas  que amplien  horizontes a nuestra  propia  realidad   no sobran  y menos en estos tiempos cargados de realidades   indignantes, vergonzosas...  de carne y hueso, sangrantes,  a combatir desde dentro y desde fuera, desde donde sea.  

Picasso