jueves, 25 de julio de 2013

Los enamoramientos


A un par de capítulos de terminar Corazón tan blanco, entre la lista de lecturas para estas vacaciones: Los Enamoramientos, del mismo autor;  más que el título, lo que me inspira es recordar lo mucho que disfrutó mi padre  descubriendo a Javier Marías. En pleno verano, uno de sus últimos veranos, hombre de costumbres, costumbres y novedades -novedades que rápidamente adquirían la categoría de costumbres de tanto apasionamiento y repetición- después de la siesta, ese año, añadiendo  el placer de conducir su Mercedes recién estrenado, su habitual paseo en  coche bordeando la costa verde de Comillas; acantilados suaves, cercano el mar, los picos de Europa al fondo. Por poco que se lo permitiera el tiempo, repetía su baño de la mañana; mar de corrientes traicioneras, disfrutaba nadando, desde niño, desde siempre, para luego instalarse a leer en el salón abuhardillado de su casa que tanto le gustaba. Éste será el primer verano sin él, sin su presencia; presencia que llenaba sin pesar; firme y ligero, libertad y respeto, compromiso y confianza... más que echarle de menos, mucho más que eso.

El nuevo libro de J.M Coetzee, -otro de mis autores más admirados- irá en segundo lugar.  Con “Desgracia” me introduje en su mundo: crudo y real, poético, cercano a Beckett, desnudo y absorbente, más claro y trasparente. “Vida y época de Michael K”,  me impactó para siempre: un personaje peculiar y  superviviente de  la guerra civil sudafricana  mete a su madre enferma en una carretilla y a caminar… huir, sufrimiento y verdad, desconcierto. En “Hombre lento” toca temas muy  presentes a lo largo de mi profesión; dependencia, soledad… y los  toca con su admirable estilo; conciso, poético, sin romanticismo ni  concesiones, también el amor existe.

Así pues, la nostalgia y  pensamiento  de estos dos grandes de la literatura marcarán el arranque de mis vacaciones; frente al Mar de Miami o las terrazas del Trastevere; esa Roma de rincones escondidos que tanto disfruté al descubrirlos hace ya unos cuantos años, callejeando o sentada en uno de sus cafés, flotando en su ausencia y presencia, así planeo la mitad de mis vacaciones, después, Comillas entre familia y amigos de toda la vida, sus costas, sus playas de arena fina y mareas extremas,  un mar tan traicionero como fresco y  limpio, olas rompiendo reparadoras bajo  esos días de sol y nordeste absolutamente maravillosos, entre su ausencia y presencia,  ausencia y recuerdo; buen tema para reflexionar… permitidme posponerlo para el otoño, ahora toca flotar, feliz verano, amigos.



Foto:Discover Comillas



                                               

                                              
 
 

                                              


 
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miércoles, 17 de julio de 2013

Veo una voz


Al borde de cumplir   80 años, el neurólogo Oliver Sacks,  en un artículo  publicado hace unos días en el País;  natural, sin pretensiones; un sabio. "Casi no me lo creo, muchas veces tengo la sensación de que la vida está a punto de empezar, para en seguida darme cuenta de que casi ha terminado. Siempre fui el más joven: el más joven  de los hermanos, de los primos, de la clase... sensación que  he mantenido. A los ochenta años, con un puñado de problemas médicos y quirúrgicos, aunque ninguno de ellos vaya a incapacitarme, me siento contento de estar vivo. No pienso en la vejez como una época cada vez más penosa que tenemos que soportar, sino como un periodo de ocio y libertad”.
 
Grande, Oliver Sacks. De todos sus magníficos libros divulgativos sobre el campo  de la neurología, “Veo una voz” me impresionó muy especialmente. Brillante, verdad, pasión, ciencia e interés genuino hasta extremos de trasladarse a vivir a una comunidad de sordos durante una larga temporada para saber; entender, escribir sobre el lenguaje de los sordos desde el corazón y la razón; una lectura amena y clara para ayudarnos a entender que a través de sus manos y sus gestos  los sordos utilizan símbolos a la altura del lenguaje oral; tanto o más creativo; todo un mundo por descubrir. Grande, Oliver Sacks  El hombre que confundió a su mujer con un sobrero”  le abrió el camino; su saber y capacidad literaria,  además de sus ochenta años de experiencia,  lo mantienen como un clásico de referencia.
 
El lenguaje de los sordos. Cenando con un grupo organizado por un vecino y amigo norteamericano que celebraba una exposición de pintura, me tocó sentarme frente a dos hombres sordomudos  que mientras sonreían integrados se comunicaban entre ellos con una habilidad pasmosa. El resto del grupo -unas veinte personas- mayoritariamente de habla inglesa;  entre su poca facilidad para idiomas que no sean el suyo, entre mi poca facilidad para idiomas que no sean el mío; una agradable velada con más sonrisas que contenido  me ayudó a reflexionar. Quizá en el lenguaje de los sordos esté la clave del lenguaje común entre todos los mortales. Desde niños, el inglés como idioma de referencia, de acuerdo,  pero, la expresividad de las manos de mis dos vecinos de mesa mientras mantenían una conversación fluida con los gestos como símbolos en sustitución de sus pensamientos, ocurrencias,  ideas, me iluminó la mente. De norte a sur, todo el planeta con su enriquecedora  diversidad  de idiomas, desde niños aprendiendo  el leguaje de los sordos; fantástica herramienta de comunicación universal, si señor,  Veo una voz,   precioso titulo, apreciado colega.  

 

Foto: Masao Yamamoto
Entrada F. Alejandro Sales
 
 
                                                         
 
 
 
  
 



sábado, 13 de julio de 2013

A sangre fria


Increíble. Repulsivo. Y venga  retrasmitirlo.  Quién habrá podido tragárselo. La sonrisa angelical de dos maravillosos niños.   La  elección de un modelo de juzgado popular en una sociedad en absoluto  acostumbrada y formada   para estos menesteres. El caso Betrón: indigerible. Cuantos días ya.  Periódico sí y periódico también. Lo escribo para vomitarlo. Pensando en la posibilidad de  un padre inociente juzgado y culpado de un hecho así,  pensando en el preciso instante  en que un padre mata y luego quema los cuerpos de sus hijos, marcho a la playa, mis libros, sudokus. Antes, me obligo a reflexionar sobre lo incomprensible.  

El ser humano y sus maldades, locuras, la cordura de los cobardes, el odio cómo motor. Qué motor. Por motor se mata al vecino, a la pareja, pero, a  un hijo, un hijo pequeño, no me entra en la mente o cabeza o alcance de maldad. Más allá de la locura, más allá de la maldad, algo tan  complejo  que dudo la psiquiatría encuentre un rincón donde encuadrarlo. Una justificación dentro de los límites de la razón, todo tiene una justificación, pensamos, así actúa nuestro cerebro.” A sangre fría” de Truman Capote; magnífico libro, asumible como hecho real, espantosa crudeza, horrible, pero encajado  dentro de  la mente humana miserable, oscura, torturada.  Primero me impactó la  película, luego  el libro, por último un reportaje-película titulado "Historia de un crimen" sobre el escritor sumergido en la investigación del brutal asesinato fantásticamente interpretado por Toby   Jones. Más comercial y sentimentaloide, el libro y la película  “El niño del pijama  de rayas”  también me  interesó; bien resuelto; buen ejemplo de cómo los humanos somos capaces de compaginar tramas de maldad extrema  con una vida familiar  afectiva  y rutinas caseras más o menos normales;  compartimentos superpuestos tan reales como de película. Pero el caso Betrón condensa en dos niños lo que no entiendo o  me resisto a entender. Desayunando, un día más, en primera página, marcho a la playa,  tenía que escribirlo, la constancia  irrebocable del  abismo, mejor pasar página y bucear mares  y  bondades.
 
Foto entrada F. Enrique Dauner
 
 
                                              

 

 

jueves, 4 de julio de 2013

Escuchar; ser médico


Más de un año sin aparecer por mi consulta.  Como si fuera ayer.  Los mismos ojos saltones llenos de vida y problemas, un montón de problemas empezando  por su hijo; un tacaño de campeonato, palabras textuales, administrador de sus bienes que no le da ni un euro para sus gastos personales. La visito desde hace años por sus cefaleas diarias. Imposible de controlar, entre otros factores desencadenantes, por los pleitos mantenidos con su hijo.  Así lleva varios años, como si fuera ayer, tomando diariamente ibuprofeno para aminorar sus cefaleas que cada vez que viene a visitarse le insisto  en suprimir así como cualquier otro tipo de calmante y centrarnos en encontrar una medicación preventiva diaria eficaz para tratar que su calidad de vida mejore y desaparezcan o, al menos,  disminuyan en intensidad y frecuencia sus cefaleas.

En esta ocasión, ni siquiera me habla de sus cefaleas; su hijo,  su casa señorial llena  de gatos,  entraron a robar, lo destrozaron todo, todo, todo, habla y habla de todo menos de su cefalea que doy por hecho continua siendo diaria, ibuprofeno incluido. El médico de cabecera no se los quiere recetar, pues  en los últimos análisis la función renal ha salido  alterada, interpreto por lo expuesto.  Apoyo a su médico;  el ibuprofeno tomado con frecuencia puede  dañar el estomago, el riñón, elevar la tensión arterial… asi que debe suspenderlo.  Si lo suspende, le pautaría una tanda de corticoides durante una semana para evitar empeoren sus cefaleas por el efecto rebote de su retirada, pero, antes, debe asegurarme que dejará de tomar iburpofeno; si no, peor,  inútil y todavía peor.

Pero el asunto es que  ella  no ha venido a saber lo que ya sabe sino a hablar conmigo como  médico de confianza; hablar y hablar,  contarme sus cosas, sus problemas. Yo, simplemente,  la escucho. A lo largo de los años, paciente a paciente, he aprendido a distingir cuando  sobran las interrupciones, las preguntas encaminadas a conocer lo que el paciente ya sabe o no sabe pero no quiere saber. Como médico, no es fácil algo tan fácil; escuchar y escuchar, no pretender aleccionar y conducir la conversación a base de preguntas que interrumpen el guión del paciente; su historia, su vida, sus problemas, a eso viene,  eso le libera de cierta tensión,  eso cree, eso espero.

Al fin ha conseguido que su hijo le dé el dinero para pagarme las visitas que me debe. Le comento que con esta última ya es suficiente; ni hablar, ella quiere saldar sus deudas; asunto para  mi secretaria, ella lo ajustará.  Si no fuera porque tiene la función renal alterada, hasta claudicaría en insistirla sobre la necesidad de no tomar ibuprofeno; tantos años insistiéndola, tantos años tomándolos. Uno, uno, sólo uno al día, me dice; opto por aconsejarle  que lo sustituya por otro antiinflamatorio.  No sé si me hará caso. Que su médico de cabecera le solicite en un par de meses otra analítica y me llama para informarme de los resultados,  mi último comentario camino de la recepción, un beso rapido de despedida, mientras  cojo la historia por rellenar de  una primera visita que lleva esperando un buen rato.

Llego de darme un baño en el mar; delicioso. A última hora de la tarde, el mar plano, algo más limpio que el otro día, casi nadie en la playa, el sol aún cálido, sin quemar, un gin tonic   en el chiringuito  me ha sentado estupendamente y me ha inspirado esta entrada. Ahora  salgo a cenar a una taberna japonesa donde bordan  el tartare de atún y las empanadillas de verduras,  sake no tomaré,  un par de cervezas sin alcohol y luego otro gin tonic  en una terraza de la zona, es viernes y es verano, buen fin de semana.

Foto entrada F. Jordi Esteva