domingo, 29 de diciembre de 2013

Un trozo de Cantabria


Suele ser lo habitual. Último día de consulta antes de  fiestas. En esta ocasión, un par de semanas por delante de  desconexión.  La mañana a tope de visitas. Pues bien, del cielo, urgencias, sin tiempo, un hueco, qué hueco. Llamada de dermatología: una paciente rabiando de dolor. Su  lesión cutánea prácticamente ha desaparecido con el tratamiento antiviral  para el herpes zoster, sin embargo, el dolor persiste, persiste insoportable. Claro, claro, que venga, entre visita y visita, la visitaré, para eso estoy,  entre visita y visita, otra urgencia. En esta ocasión, llama la  hija del posible  paciente. Un psiquiatra amigo en común le ha dado el teléfono de mi consulta. Desde hace unas cuantas semanas su padre no duerme; se levanta, se agita, en plena noche, se empeña en salir, medio desnudo, desorientado. Llevan tiempo queriendo traerle a la consulta, imposible convencerle, se niega, no hay manera, intentarán que venga, pero, de momento, a dos manzanas, la hija, su mujer, un minuto,  claro, claro,  que vengan, para eso estoy, entre visita y visita, las escucharé.  

Acostumbrada a tratar de solucionar problemas médicos; diagnóstico y tratamiento; milagros, no. La neuralgia postherpética es molestísima; un dolor intenso a modo de descarga eléctrica o punzonazo casi constante,   al roce, de llorar, por lo general, no responde  a los calmantes habituales -mórficos incluidos-, pero, gracias a los laboratorios farmacéuticos que invierten en investigación, existen tratamientos específicos que suelen aliviarlo. Los mismos fármacos que controlan el dolor de la neuralgia del trigémino ayudan a disminuir este dolor provocado por la inflamación de la raíz nerviosa afecta por la infección  del virus del herpes zoster que a pesar de darse por curada  con el tratamiento antiherpético, en ocasiones, continua doliendo, a veces durante meses.  Se trata de una medicación cuya tolerancia no siempre es buena y es preciso iniciarla a dosis bajas e irla subiendo paulatinamente. Así se lo explico: como tomarla y como retirarla en caso de que no la tolere bien. Esperemos  que la tolere bien, esperemos que en unos días  el dolor sea  más soportable e incluso llegue a desaparecer,  la animo. El pesimismo te lava las manos,  pero, no ayuda a nada más.   

El caso del paciente que no quiere venir a visitarse es mucho más complejo. Sin paciente; adivinos, no. Por lo que me explican, puede estar comenzando una demencia degenerativa, no obstante, sin verle, imposible diagnosticarle, además, de confirmarse, deberá realizarse el estudio etiológico correspondiente que incluye  una resonancia cerebral y una analítica para excluir determinadas causas secundarias; un tumor cerebral o un hipotiroidismo entre otras posibilidades. "Al menos, mientras le convencemos para que venga, denos un tratamiento para calmarle". Qué   fácil parece. Qué difícil.  Y es que, en una persona de  edad avanzada, especialmente si presenta un deterioro cognitivo, los habituales ansiolíticos no solo no mejorar el problema del insomnio y  ansiedad, sino que lo empeoran; aumentan la agitación. Lo único que puede ayudar a mejorar el cuadro clínico referido son los neurolépticos; medicación con bastantes efectos secundarios, por lo que, sin ver al paciente, no puedo prescribirlos. Cara de desesperación familiar. Pienso en el psiquiatra amigo. "Hablen con él, quizás él pueda ir a visitarle a su casa". Pero si les ha aconsejado que le visite yo… "O quizá su médico de cabecera…"  No tiene médico de cabecera. Entre la espada y la pared, al fin,  opto por darles una receta con dosis muy bajas del neuroléptico de mejor tolerancia y a ver si hay suerte y el paciente después de fiestas accede a venir a visitarse.

Pasadas las tres de la tarde, salgo de la consulta. Cantabria me espera,  un trozo de Cantabria, me ilusiona la idea, comprarme un terreno y plantar una cabaña, a ver qué encuentro, me la imagino mientras ando hacia mi casa, mi  ciudad, Barcelona, mi tierra, mi tierra, un trozo de Cantabria,  a ver qué encuentro.
 
Foto: Isabel Güell
 
                                                              


viernes, 13 de diciembre de 2013

La sonrisa de Obama


Se acercan las navidades, como cada año, sin  ánimo de aguar  planes ni comidas, deseando que pasen, campanadas incluidas. Poco espíritu navideño en mis redes neuronales, ni de niña me inspiraba.

Mente y espíritu.  El tema merece un tratado de varios tomos, por mi parte,  tan solo unas pinceladas de lo que sé  y siento,  de lo que ignoro por completo  y sin embargo  estoy convencida de saber. Curiosa contradicción  cuando nos  asomamos al abismo de lo que nunca sabremos.  Qué la vida se acaba es una evidencia aplastante; llegada a cierta edad, semana si y semana también; amigos, familiares, conocidos que saludaste ayer, pero qué es esto, no puede ser, pues es, qué se le va a hacer, evidencia tras evidencia, un salto, la vuelta al revés;  que la muerte existe: pues yo que sé, más que un misterio, un vacío, un inmenso y desolador socavón de adioses mientras nos llega el turno.  

Mente y  espíritu. La ciencia no deja de asombrarnos. “Quiera el alma  estar siempre sufriendo de este mal” escribe Santa Teresa de Jesús sobre sus repentinos y placeteros  ataques místicos: la Virgen, ángeles o Dios entre sus pucheros… La Santa epiléptica, puesto que  dichas visiones - según  los neurólogos estudiosos del tema-muy probablemente eran provocadas por un foco irritativo en determinadas áreas de su cerebro. Respecto al misterio de los misterios, un neurocirujano canadiense llamado Penfield, sin pretenderlo, aportó valiosas pruebas;  implantando  electrodos en la corteza o superficie del cerebro de sus pacientes, en plena operación con anestesia local, descubrió que el cuerpo entero está representado en nuestra corteza. Estimulaba un punto y se movía una mano, un pie… Pues bien,utilizando esta misma técnica  se han publicado estudios  con resultados sorprendentes; desde los  ataques de risa provocados al estimular determinadas áreas frontales, a la  intensa sensación de trascendencia espiritual experimentada al aplicar el estímulo eléctrico en una zona del lóbulo temporal. Impresionante. Para meditar. Dios en nuestra corteza. Creyentes o no; trascendencia espiritual grabada en nuestras neuronas. Nada más y nada menos.

En fin, se acercan las navidades, qué le vamos a hacer,  buenas fiestas queridos lectores, menudo añito, casi todo para olvidar, entre tanto  desvarío local y universal, cuesta escoger algo pare recordar,  por mi parte,  me quedo con la sonrisa desviada de Obama ante la cara de mosca perruna de su mujer, a por el 2014,  suerte de corazón.
                                                    
                                                 











                                    













martes, 10 de diciembre de 2013

Bravo, amiga


Acaba de salir de mi consulta una amiga que ha venido a comentarme la situación clínica de su padre.  Sus ganas de ayudarle, mejorar su calidad de vida, buscar la mejor alternativa médica; serenas, delicadas, un diez. Son momentos difíciles para el paciente y su familia; asumir la enfermedad, saber a qué atenerse.

Los cuadros degenerativos del cerebro son frecuentes a partir de cierta edad. Y frecuentísimos entrados en la octava década de la vida en donde por ejemplo las demencias alcanzan una prevalencia de casi el 50%, es decir, de dos personas de más de 80 años una tiene la enfermedad de Alzheimer; lo sepa o no; a menudo ignorado, infravalorado, atribuido  al normal proceso de envejecimiento: error de peso dado que en la actualidad se disponen de medicaciones que frenan el proceso evolutivo de dicha enfermedad. Y, justo a esa edad avanzada, si se logra detener el deterioro, se logra mucho, mucho; autonomía y autonomía; si la memoria falla, que falle, pero, al menos, que la actividad cotidiana se mantenga aceptable. Y, repito:  la medicación actual para las demencias degenerativas o  vasculares habitualmente enlentece un proceso evolutivo que cogido al inicio de la enfermedad en edades avanzadas, pues eso, se frena más o menos el deterioro, algo vital para que esta última etapa sea lo más autónoma posible.

La edad y los múltiples problemas médicos asociados; unos con tratamiento para paliar los síntomas, otros no; todos importantes de diagnosticar, mejorar en la medida de lo posible, enlentecer su evolución; síntomas y dificultades cotidianas; problemas de equilibrio, trastornos motores ya sean por cuadros parkinsonianos   o por otras causas;  muy a menudo multifactoriales con caídas y fracturas… sino la norma, tan frecuente que rara es la persona que llega a una edad avanzada manejando su propia vida como desearía;  pero repito y repito; el diagnóstico es básico para enfrentarse a lo que vendrá con las herramientas y estrategias adecuadas. Suerte y paciencia; disfrutar de las facultades que permanecen intactas, adaptarse, vivir al día, proyectar, programarse actividades que mejoren el deterioro, lo enlentezcan, calidad de vida, calidad de despedida. Bravo, amiga.  


Foto:  Arend ?
Entrada F. A. Nuñez.