sábado, 22 de marzo de 2014

Aviso de derrumbe


Siguiendo con la irrupción de mundo digital  y sus efectos sobre nuestras vidas; dos apuntes. Uno bueno y otro malo. El bueno -dentro del desastre- es que mi portátil más utilizado estos dos últimos años está en el taller o antesala de la muerte y mi reacción ha sido mucho menos histérica o desesperada que en otras ocasiones. Madura, serena, experimentada; eso si, jugando con la ventaja de saber que hoy en día la tecnología permite rescatar el contenido. Sin embargo, no me fío, ya veremos, habrá datos de importancia -en pleno traslado- direcciones, cartas de  mucho valor sentimental  -como las que me enviaron amigos al fallecer mi padre-  que se perderán para siempre. Sin remedio, resignación.  El apunte malo lo acabo de leer en el Babelia del País.

Aviso de derrumbe; se titula la entrevista al pensador coreano afincado en Berlín;  la nueva estrella de la filosofía alemana, como le describen. Byung-Chul  Han. Ni sonarme. Bien por el Babelia. Sin ser lo que era, al menos, que no desaparezca, se suplica. Ante un paciente con quejas de memoria, siempre insisto: aprender algo cada día; cada vez que se aprende algo, dos neuronas se están uniendo; como un músculo, ejercitándose, nuestro cerebro se desarrolla. Estimulación. Aprendizaje. Sigamos con la entrevista. Este filósofo de nombre imposible de retener como no lo apunte y repita una y otra vez –cosa que no voy a hacer-  este filosofo coreano afincado en Berlín – me quedo con este dato- habla de la depresión y la identifica con el narcisismo. El narcisismo comporta la pérdida del eros, dejamos de percibir la mirada del otro, eso te lleva  a la depresión.  Pues bien, hablando de los males de nuestra época, se refiere al mundo digital  y lo identifica como un camino hacia la depresión: en el mundo virtual el otro desaparece. Dejar atrás el narcisismo como vía para curar la depresión. Mirar al otro. Darse cuenta de su dimensión, de su presencia. Buena reflexión. Sin ser experta en depresiones; unas endógenas, otras exógenas o reactivas; el paciente depresivo anda perdido o enredado en sí mismo, eso se aprecia a simple vista en cinco minutos de visita. Viéndolo todo negro; el mundo exterior, el otro, no cabe en su pequeña tumba; narcisista o no. Lo dejo para los expertos. En todo caso, interesante artículo. Hay que negar el presente represivo y aceptar la presencia del otro y, de su mano, la posibilidad del amor. Descubrir al otro; sin eso no hay posibilidad de verdad. Comparto.


 foto Olímpia Oriol


                                                                  



                                             


                            



martes, 18 de marzo de 2014

humano del siglo XXI




Her es una película francamente interesante.  Quizá porque mi portátil  me acompaña a casi todas partes, quizá porque en ocasiones siento la necesidad de desconectar y dejarlo en casa. Mis escritos, fotos, cartas… entre sus chips. Si alguien dispone de la información necesaria para conocerte, seducirte,  ese es tu ordenador o, más propiamente, sistema operativo como lo llaman en la película. Toma ya. La historia que viene. A la vuelta de la esquina. Una relación de amor con tu ordenador.

No cuento el final, pero el final es tan lógico como sorprendente. Genial. Un apunte que no puedo contener. “el amor no es una caja cerrada, al menos no lo es para este brillante sistema operativo que intuye, aprende, lee y corrige en un milisegundo tus libros, sabe en el acto cuantos arboles hay en el bosque, que música o frase necesitas oír, sentir, vivir. ¿La vida que viene? Tecnología imparable, jóvenes enviándose mensaje tras mensaje, yo misma mandando recados via mail  a mi secretaria  a dos pasos de distancia. Magnifico el actor principal, especial, aunque  no especialmente  raro; humano,  humano del siglo XXI.
 
 
                                          

 
 
 

 


sábado, 1 de marzo de 2014

La rueda del miedo


Se  abren las puertas del ascensor. Salgo  absorta  en mis cosas.  Aparece un niño en plan susto gracioso. Ni me inmuto.  Le sonrío y acaricio su caperuza de tigre. Es carnaval.

Mientras camino hacia la moto,  me pregunto. ¿Tendrá mi cerebro un  sistema de alarma  algo  quemado? Harto de sustos y disgustos, hasta el moño de engaños y desgracias. Pienso en los pacientes que presentan crisis de pánico.  

Nuestro cerebro dispone de tres cerebros superpuestos. Tres cerebros en uno. El cerebro del reptil encargado de los reflejos más automáticos como el latido cardiaco, la respiración… correspondiente  al tronco cerebral.  Por encima de éste, el cerebro emocional. Y, por encima de éste, la corteza, el cerebro más racional con las áreas  prefrontales como las  humanas por excelencia.

Pues bien. En el cerebro emocional está la clave de nuestra superviviencia.  Ante un susto, una alarma; reacciona. En el acto, pone al cuerpo entero en acción. La respiración se acelera, los músculos se tensan, las pupilas se dilatan. Listos para salir corriendo ante un tigre, un atracador, una amenaza. Y es que la señal de alarma llega de modo inmediato a la amígdala o zona en el interior de nuestro cerebro emocional en forma de almendra conectada con otras  estructuras a modo de rueda del miedo. Y, esta rueda del miedo, a su  vez, mantiene conexiones y mecanismos neuroquímicos con todo nuestro organismo que hace  que salgamos corriendo y evitemos el atraco, o nos enfrentemos al atracador; tensos, agiles; vivos.

Pero, este diseño de alarma  brillante... este  diseño compartido con el mundo animal,  inmerso en una sociedad compleja como la humana,  metería patas, haría el ridículo una y otra vez  si no estuviera conectado con  la parte más desarrollada de nuestro cerebro:  el  lóbulo prefrontal. Y es que, la señal de alarma, -el niño en plan susto gracioso, el atracador o el tigre escapado del zoológico…- al mismo tiempo que pone en marcha al cerebro emocional o esa  rueda del miedo,  también llega al lóbulo prefrontal; área tan misteriosa como racional;  la conciencia de ser, tal vez, tal vez, ahí, ahí, saber que somos. Pero, sigamos con el niño y su susto gracioso. La señal de alarma llega al lóbulo prefrontal y es analizada en el acto.  Si resulta que  el tigre  no es tigre sino  niño disfrazado, el lobulo prefrontal lo reconoce  y envía de inmediato señales al cerebro emocional deteniendo la rueda del miedo. El cuerpo se relaja. El corazón se tranquiliza.

Siempre explico lo mismo a mis pacientes. Sus crisis de pánico; esa sensación brusca de miedo, falta de respiración, taquicardia… esa sensación  incontrolable que aparece en el momento menos pensado...  no es ni más ni menos que una puesta en marcha de esas estructuras de nuestro cerebro emocional;  una puesta en marcha sin señal de alarma; sin venir a cuento, la rueda se dispara. Crisis de pánico que no frena el lóbulo prefrontal; despistado, incrédulo ante la falta de señal de alarma. Y el susto es de muerte. 
 
El niño y su susto gracioso. Mi reacción o falta de reacción. Bien por mi cerebro. O no tan bien. Harto de sustos, quizás ya ni se asuste ante un robo, una amenaza real. Confiemos en que si, confiemos en que el niño era demasiado niño, evidente su disfraz, carnaval. Confiemos por el bien de mi superviviencia.