La
imagen del niño en la orilla; sin palabras. La muerte de occidente. Sin duda,
el símbolo que nos acompañará este siglo; un siglo que en sus inicios parecía iba a ser tiempo de paz y progreso
y no ha hecho falta ni una década para comprobar que ni siquiera Europa es capaz de organizarse. Mercados financieros devoradores de ideales
altruistas, fronteras que se cierran, incapaces, solidarios como gotas de agua más
que insuficiente.
Recién
llegada de un verano placentero, me disponía a hablar de palomas sobre el
tejado, mi pequeño asesinato, la lógica de nuestras decisiones... ahora, impotente, dudo, el niño en la orilla, abrumada, sigo con mi historia.
Recién
llegada a mi dúplex; abro la puerta, dejo las maletas en la entrada. De inmediato, me
sobresalto; extraño y aparatoso ruido que proviene de las habitaciones de
arriba. Subo y compruebo una especie de
baile de pisadas y aleteos entre el tejado y el pladur del dormitorio
principal; ratas o palomas. En unos segundos, cesa el ruido, tan solo se insinúa algún pequeño movimiento. Ahí mismo, llamo a un constructor de confianza.
Palomas: confirmado. Un ladrillo roto, entran y salen, nidos y supuestas crías sobre el
pladur. La decisión no puede ser otra a
no ser que pretenda un obrón de varios días para salvar a unas crías que a ver cómo me las como una vez
salvadas. El operario se sube al tejado, las palomas salen volando; salen
todas, todas las que pueden volar. Quedan nidos; se presupone; tampoco pregunto lo que incomoda.
Tras un rato dando golpes al pladur para que salga todo lo que pueda salir, manos a la acción; la lógica de las decisiones: cerrar el hueco abierto, poner
una red protectora.
Una vez
concluido el trabajo; ya no hay ruido. Algo sí, pequeñas pisadas; se intuyen;
prefiero ni enterarme; me despido del operario, salgo del apartamento. Regreso
al cabo de unas horas. El silencio confirma que si quedó atrapada alguna cría ya no respira. Colgada de la red; una paloma muerta evidencia el intento fallido por sobrepasar obstáculos y regresar al nido. Menuda
historia para no contar. Llamo al constructor. Que vuelva, que retire la
paloma, repare la red, termine este mal
rollo: mi pequeño asesinato. Desagradable sensación que me acompaña unos días. A contradictorios no nos gana
nadie. Comemos huevos, pollos y polluelos, corderos y lechales… de niña me encantaba pescar; gran
momento; el pez picando el anzuelo; el cangrejo, entrando en el esquilero; la emoción, alegría. En este caso, lo contrario; desagradable
sensación; de pena, de pequeño asesinato. Menuda manera de empezar el verano. Horrible manera de acabarlo. La imagen del niño en la orilla. Qué espanto.
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