Ayer fue una noche extraña. Mientras disfrutaba de la presentación de mi nuevo
libro rodeada de familia y amigos; un
libro en donde realizo un repaso de la vida de mi padre y su recorrido a través
de mi propio pasado y recuerdos; de la infancia a mi primer hospital; de mi
primera novela, al libro sobre el cerebro; mientras la sensación de satisfacción del momento me iluminaba la mirada firmando
ejemplares, LA REDACCIÓN DEL PADRE, una persona muy querida se
pasaba toda la noche en una sala de urgencias de uno de nuestros hospitales de
más prestigio de la red sanitaria pública aguardando a que le asignasen una
cama a su hijo.
El jardín, la piscina, el vino,
esplendido; impecable noche bajos las
estrellas, mientras en los boxes de urgencias desbordados de pacientes esa
persona tan querida se enfrentaba a una noche de infierno. El mejor hospital; los
mejores médicos, especialistas de todas las especialidades, enfermeras de una
gran competencia, ante tanta excelencia, la realidad: unas urgencias
insuficientes y sin los mínimos recursos necesarios para que el paciente que acude enfermo no pase la peor de
sus noches en espera de cama.
La
sanidad universal es un gran logro de nuestra sociedad. El reto: alcanzar el
aún lejano umbral de mínimos en lo que respecta a lo que podriamos etiquetar de incomodidad soportable. Conociendo el panorama, ante la creciente demanda, se vislumbra paciencia como único recurso
personal para superar esa espera.
Y me
pregunto. ¿Tanto recurso, por lo visto imposible de asumir, se precisa para
alcanzar ese umbral? Mis dudas al
respecto. Confieso la sensación de que la incomodidad es parte de la estrategia disuasoria.
La verdad por delante. Si no hay recursos, deberán buscarse otras alternativas de gestión y nuevas políticas sanitarias, pero, arreglar unas urgencias con las mínimas condiciones para que el enfermo no
enferme más, debería plantearse como una urgente obligación de los estamentos responsables.
Y mi noche estrellada resultó un éxito. El
fruto de más de dos años en 250 páginas de vida y pensamiento, la
lucha de mi padre contra su enfermedad, mis desvelos como hija médico, la
redacción del padre, ese modelo de redacción que me enseñó mi padre a mis diez
años para superar un suspenso en lengua. Un diez en septiembre. Por cierto,
tras unos meses sin entradas en mi blog, prometo un periodo de más entradas y
más y más verdad, salud y enfermedad.
Buenas noches a todos.