Llego
de vacaciones con una sensación de pereza inmensa, pilas entre agotadas y
renovadas; curiosa mezcla necesitada de días para despejarse. Mientras desayuno, ojeo la Vanguardia como pasando paginas a un
viejo amigo que toca volver a escucharle, contradecirle, verle el plumero, incluirle en tu rutina.
“Mi secreto es no dejar que la vejez se
apodere de mi” la entrevista a Clint
Eastwood es mediocre, pero la frase: brillante. Película a película, a sus 84 años, salta a la vista, lo está consiguiendo. Me alegro por él, por todas las personas que
alcanzan esa edad avanzada y saben qué hacer. Más o menos activas, pero saben qué hacer. Vencer a la vejez; qué fácil
decirlo; qué difícil, dificilísimo, acaso no imposible conseguirlo. De momento toca revisiones
periódicas. “Tú misma -frase de un dentista ante mis quejas por la necesidad de limpiezas dentales semestrales a pesar del
hilo dental y demás consejos seguidos a rajatabla- en tus manos está decidir si
quieres que tu boca resista el paso del tiempo o bien se vaya cayendo... Qué
horror, mejor seguir con Clint Eastwood. Ejemplo y talento. De hecho, la historia de la humanidad está
llena de ilustres octogenarios en plena
actividad creativa. Los ojos de Picasso, las manos de Miguel Ángel, las
neuronas de Cajal… con ellos comienzo el capítulo dedicado al envejecimiento en
mi libro El cerebro al descubierto. Si señor. En la próxima edición añadiré a C.
E. y sus pistolas, sus puentes, películas maravillosas que no deja de ofrecernos por muchos
años que cumpla. Sí señor. A trabajar.
Limpiezas dentales, incluidas.