Fue
un impulso, un deseo más allá de una necesidad,
nunca antes había sido especialmente altruista en lo que respecta a aportaciones solidarias. Obligación de los estados. A través de los impuestos
que solucionen urgencias, huracanes, que espabilen, saquen el dinero de las piedras, fabriquen billetes, se endeuden,
ningún niño sin comer.
Cómo
una luz, mi padre ya sin vida en su habitación, de inmediato, un testigo; recogido, clavado. Ahora me toca a mi. Mecenazgo. Levantar el mundo, comérmelo; mil ideas
solidarias: adelante.
Pues
bien, entre unas cosas y otras, casi tres años y ni un proyecto en marcha, ni un paso al frente
que vislumbre esa luz que, siendo mucho más tenue, aún persiste en mi interior. Del deseo a la práctica. De la idea a la
primera piedra. Cómo admiro a las
personas que son capaces de llevar a la práctica lo que su mente imagina, desea,
sueña o recoge como testigo.
Vas
haciendo, pagando facturas, hipotecas, estación a estación, la rutina, el trabajo, los libros,
escritos, pasan los días, casi tres años, a ver si algún día soy capaz no ya de arreglar o comerme el mundo sino de concretar esa
luz en algo que no sólo sea un nudo de ilusión. Centrarse. Más que abarcar el mundo, reducirlo
hasta concretarlo. Una idea. Pasa el tiempo, menos tiempo. De la idea a la realidad. Releo lo escrito, me gusta, lo siento, qué
entrada; a ver quien la entiende. En
todo caso, tiene un lector, un lector o ese hijo que sintió esa luz y aún anda enredado en su día a día, testigo
en mano; pendiente. Del
fracaso al éxito; un abismo, abismo factible, estrecho e infinito. Buena tarde de sábado, salgo a andar. Callejear distrae.