A
propósito de una película que acabo de volver a ver en vídeo en mi actual
entusiástico intento de incorporar de una puñetera vez el inglés a mis circuitos neuronales. Algo así como una sencilla reflexión
sobre la verdad en medicina.
En la práctica clínica, cada paciente
es un mundo, una duda, un miedo, un problema diferente, sin embargo, existen
dos modelos extremos. Por un lado están las personas que ante el menor síntoma
de su cuerpo se alarman y consultan de inmediato al médico; un sutil mareo, una
leve cefalea, dolor de espalda… correcto
y conveniente si no fuera por qué, en
especial, a cierta edad, lo más probable es que uno se pase el día en el
médico. Y, por otro lado, desde temprana edad, esa actitud de alarma constante,
si uno se pasa de determinada raya, entra de lleno en lo que se llama ser un
hipocondríaco. Por el contrario, en el otro extremo, se encuentran aquellas
personas que tardan meses y meses en consultar síntomas verdaderamente alarmantes. Miedo o, ya se me
pasará. Por mi parte -encontrándome mucho más cercana a este segundo modelo de
paciente- como médico no abronco ni echo leña al fuego por las consecuencias en
ocasiones irreparables de no haber consultado a tiempo… no hay marcha atrás, a
ver qué se puede hacer… comprendo el miedo, esas ganas de que la vida sea de
otra manera y esa esperanza un tanto ingenua de despertarse por la mañana como
nuevo. Concluyendo, de extremo a extremo, evitarlos, ni hacer uno mismo de
médico, ni estar todo el día de especialista en especialista. Agenciarse un
buen médico de cabecera. El mejor de los consejos.
El ladrón de palabras, película que me ha inspirado, no
habla de medicina sino de mantenerse firme en una mentira o de la verdad como
liberación. La verdad como única salida. Y es que, reflexionado sobre el tema, no
se me ocurre ninguna circunstancia vital en la que la carga de la mentira sea
asumible o preferiblemente asumible de por vida a pesar de la avalancha de complicaciones
y problemas que supone desvelar la verdad. “¿Cree
que puede robarme parte de mi vida, hacerla suya y esperar arreglar las cosas? le dice un hombre envejecido por los años y su
historia magníficamente interpretado por Jeremy Irons, al joven escritor plagiador de su manuscrito
extraviado décadas atrás. “Todos tomamos decisiones en la vida. Lo
difícil es vivir con ellas. Y nadie puede ayudarle con ellas” No desvelo más datos de la película por si
algún lector no la vio en su momento. Muy aconsejable. Y lo del médico de
cabecera. Y lo de aprender idiomas a
partir de cierta edad… ah… el mar, el mar, zambullirse, ya llega… lo más de lo
más.
El ladrón de palabras
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