Mis
sandalias. ¿Dónde las habré dejado?
Viejas y funcionales, la posibilidad del robo, sino descartada; lo
último de lo último. De la orilla al chiringuito, un par de veces y nada. Ni
rastro. En el tren… de la estación a mi casa… descalza, menudo número, sonrió al imaginármelo,
mientras pregunto al camarero: ni pista sobre mis sandalias. Pues
nada, un vistazo más y que le vamos a hacer. En otros tiempos quizás me hubiera
desesperado algo más; hoy, hoy; una minucia que quedará en anécdota aunque, pensándolo
bien, nadie anda por la ciudad descalzo y me va a tocar a mí.
Me
siento. Miro al mar -mirada en plan mirada
perdida- un segundo, y de nuevo busco en la bolsa. Nada. Sonrío. No sé porque me
está dando por sonreír, pues, la verdad, de gracia nada, nada de nada, maldita la gracia,
un poco sí, cosas del humor, menudo número. Una idea, idea salva pies…vuelta a sonreír, quizás tengan
playeras extraviadas en el interior del chiringuito. Cualquier tipo de zapato
es mejor que lo que me espera. Aunque, no creo, la verdad, descalzo, hoy en
día, a nadie se le ocurre, todo eso pienso, mientras, me levanto dispuesta a
otra ronda de búsqueda, y, como un flash, me viene a la memoria un admirado amigo de la
adolescencia. Descalzo, siempre descalzo, el más de lo más, buenos recuerdos, cuando, de repente, las veo. Bien por mis sandalias.
Y, hablando de zapatos, ¿ cuándo se inventó? Se estima que hace unos 6 millones de años los primeros homínimos comenzaron a caminar erguidos. Adaptados a la vida en los árboles, unos primates con largos brazos y
dedos prensiles se ven obligados a abandonar los ramajes y recorrer las
praderas en busca de alimentos. Sobreviven los
que mejor se adaptan al nuevo medio. La transición a la posición erecta implicó un gran número de modificaciones anatómicas: la pelvis, la
columna vertebral, el fémur, la articulación de la rodilla... desarrollo de nuevos músculos para sostener la cabeza etc, etc, etc. Tiempo y tiempo, tiempo de
supervivencia y trasmisión genética. Por otra parte, con la posición bípeda las manos quedaron liberadas, no obstante, al parecer tuvieron que pasar más de tres millones de años antes de que aprendiéramos a utilizarlas con fines programados para un acto planificado. Así que imaginaros lo que costó el desarrollo de un cerebro capacitado para sonsacar de sus neuronas la brillante idea del zapato... Volver a caminar descalzos… mis pies… el calor de las
aceras…. De menuda anécdota me he librado.
Foto entrada F. Alicia N.
E. Atelir.
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