Estoy
leyendo 1Q84 de Murakami. Bárbaro. Admirable. Desde las primeras frases, su sensibilidad
exquisita, fluido, sereno, elegante, un profesor de matemáticas; discreto, talentoso, una asesina deliciosa,
absolutamente deliciosos; cada personaje, cada historia, reflexiones en un pozo, una escalera entre autopistas, la habitación de un hotel... autores como Murakami
resultan imprescindibles si pretendemos que nuestro cerebro -entre redes e imágenes- no retroceda en
palabras y contenido. El arte de escribir.
La
lectura y la escritura. Mientras el lenguaje hablado se estima se inició hace unos
100.000 años, la invención del alfabeto, es decir, símbolos escritos en
representación de sonidos que nos permiten transmitir y preservar conocimiento
de generación en generación, la palabra
escrita como gran impulsora de la cultura, tan solo lleva una andadura de
6000 años. 6000 años de lecturas imborrables como las historias de Murakami. ¿Para
cuándo el permio nobel?
Al margen del talento innato de unos pocos, como resalta Vargas Llosa en sus
clases magistrales sobre el arte de escribir;
lo más difícil ya lo conseguimos; aprendimos a hablar. Nuestra maquinaria
cerebral del lenguaje es capaz de
entender palabras y generarlas con una eficacia inexplicable. Reconocemos y
encontramos la palabra que necesitamos prácticamente en el acto. Las palabras
se seleccionan de un léxico o diccionario mental. ¿Dónde se
localiza? ¿Cómo se organiza? ¿Cómo accedemos a él? Entre una infinidad de preguntas que las neurociencias llevan
años tratando de responder. Y, sobre el lenguaje, hay interesantísimos descubrimientos; hoy tan sólo resalto los 6000 años de lectura; Murakami no puede esperar.