Fue
hace un par de años. A medianoche. Un programa radiofónico al que asistía dentro del lanzamiento de mi libro “el cerebro al descubierto” Entre los invitados, un futuro ministro de cultura. Mi entrevista abría el coloquio. Tras años
de experiencia en este medio de difusión, preguntas de salud en general, temas relacionados con mi especialidad, habitualmente acudo relajada, resignada a lo que me echen. Sorpresas, siempre
me sorprenden, así que estoy acostumbrada a darle la vuelta a la pregunta hacia mi propio campo procurando
que el entrevistador se sienta más o menos satisfecho con la respuesta. Ese día, no
fue el caso. El flechazo. El locutor se
puso como ejemplo. En un bar,
entra y, de repente, se cruza una desconocida, se enamora, en el acto. Se me ocurrió sobre la marcha “Le
felicito. Tiene usted un cerebro muy
receptivo. Y, a la vez, le compadezco. A saber de quién se habrá enamorado, lo
que le espera” Por la cara que puso, no entendió la sutileza del contenido, incluso, a saber porqué, creo que se sintió un poco
ofendido. Lo capté enseguida y reconduje la respuesta hacia hormonas y
sustancias químicas en acción, una cadena de procesos fisiológicos desencadenados
como un torrente de pasión ante el flechazo.
Interesante, sin duda, pero,
dichas sustancias son la consecuencia y no la causa del enamoramiento. Y, lo realmente
interesante, no es la química en sí misma, tal o cual sustancia, lo interesantísimo
es porque éstas fluyen de repente ante una persona entre un millón; dos,
tres veces en la vida, siendo receptivo, quizá, unas cuantas veces más, de ahí
mis sinceras felicitaciones al locutor repentinamente enamorado en su bar de ficción.
Tengo una teoría al respecto, llamemos personal, intuición cientifica, no más. Nuestro cerebro dispone de áreas corticales muy especializadas que responden a categorías de formas o estímulos visuales complejos, como, por ejemplo, la visión de caras y manos. Ahí, ahí mismisimo se esconde el amor. En esa cara programada, nunca vista, grabada en tu interior, en esas manos, esa voz… Un procesamiento visual superior que por determinadas causas o enfermedades puede fallar y entonces determinados componentes del mundo pasan a no reconocerse como en el caso de “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” del escritor y sabio neurólogo Oliver Saks, sobre un paciente con prosopagnosia o dificultad para distinguir caras previamente conocidas. Justo lo contario de lo que ocurre ante un flechazo, según mi comentada teoría, insisto, personal, o quizá más leída de lo que recuerdo, en todo caso, curiosa hipotesis a investigar, esa cara que llevamos dentro, grabada, esa voz, esas manos, nunca vista, hasta que entra en el bar. Felices sueños, amigos que el día de san Jordi ya pasó y faltan bastantes libros, frios y lluvias hasta el proximo, así que cambio la rosa, por esta fantastica foto entrada en F. por A. Nuñez. La luz de cuba, aún recuerdo el flechazo.
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