Al fin salió. Entre caracoles,
pero salió. Espontaneo, actual, sobre la marcha, de acuerdo, no obstante, más
de sesenta entradas sin nombrarle... Mis
disculpas, don Santiago. En cualquier intento de divulgar los conocimientos
actuales sobre el funcionamiento del cerebro, usted merece un altar. Aunque con retraso, ahí va el
mío.
Dicen
que Santiago Ramón y Cajal había heredado el carácter recio y tenaz de su madre y la paciencia de su
padre. Aún así, inmerso en una sociedad miope y sin apenas medios, cuesta creer
que se adelantara en tantos descubrimientos a otros científicos de sociedades
mucho más avanzadas. Talento e imaginación; Pasión y esfuerzo; una mente increíblemente dotada para la
investigación; sus milagrosas
armas.
Talento e Imaginación.
Con las técnicas de tinción y microscopios de esos tiempos, el tejido cerebral
parecía una red de fibras interconectadas. A Cajal se le ocurrió estudiar el tejido nervioso de embriones
de pollo. Así identificó la neurona; la unidad celular del sistema nervioso.
Más de 100.000 millones de neuronas interconectadas entre sí para hacer posible el milagro
de pensar, amar, soñar, hablar. Unidades celulares, como otros
órganos. Merecido premio nobel, maestro.
Pasión y esfuerzo. Trabajando hasta el final de sus días a los 82 años… por cierto, mientras escribía el capítulo sobre el envejecimiento cerebral de mi libro “el cerebro al descubierto” anduve de librería en librería buscando
uno suyo “el mundo visto a los ochenta años” y no hubo manera de encontrarlo, al parecer, descatalogado. Con
mi libro ya publicado, hace dos veranos,
aluciné al verlo entre las manos de mi padre, rescatado de sus estanterías,
le apetecía releerlo ahora que se aproximaba a esos años. Te lo dejaré en herencia,
me dijo. Fantástico legado, padre, no el libro -aunque también- sino este tipo de detalles, tan tuyos.