Más
de un año sin aparecer por mi consulta.
Como si fuera ayer. Los mismos
ojos saltones llenos de vida y problemas, un montón de problemas empezando por su hijo; un tacaño de campeonato, palabras textuales, administrador
de sus bienes que no le da ni un euro para sus gastos personales. La visito
desde hace años por sus cefaleas diarias. Imposible de controlar,
entre otros factores desencadenantes, por los pleitos mantenidos con su hijo. Así lleva varios años, como si fuera
ayer, tomando diariamente ibuprofeno para aminorar sus cefaleas que cada vez que viene a visitarse le insisto en suprimir así como cualquier otro tipo de calmante y centrarnos en encontrar una
medicación preventiva diaria eficaz para tratar que su calidad de vida
mejore y desaparezcan o, al menos, disminuyan en intensidad y frecuencia sus
cefaleas.
En
esta ocasión, ni siquiera me habla de sus cefaleas; su hijo, su casa
señorial llena de gatos, entraron a robar, lo destrozaron todo, todo,
todo, habla y habla de todo menos de su cefalea que doy por hecho continua siendo diaria, ibuprofeno
incluido. El médico de cabecera no se los quiere recetar, pues en los últimos análisis la función renal ha salido alterada, interpreto por lo expuesto. Apoyo a su médico; el ibuprofeno tomado con frecuencia puede dañar el estomago, el riñón, elevar la tensión arterial…
asi que debe suspenderlo. Si lo suspende, le pautaría una tanda de corticoides durante una semana para evitar empeoren sus cefaleas por el efecto rebote de su retirada, pero, antes, debe asegurarme que dejará de tomar iburpofeno; si no, peor, inútil y todavía peor.
Pero
el asunto es que ella no ha venido a saber lo que ya sabe sino a
hablar conmigo como médico de confianza; hablar y hablar, contarme sus cosas, sus problemas. Yo,
simplemente, la escucho. A lo largo de
los años, paciente a paciente, he aprendido a distingir cuando sobran las interrupciones, las preguntas
encaminadas a conocer lo que el paciente ya sabe o no sabe pero no quiere saber.
Como médico, no es fácil algo tan fácil; escuchar y escuchar, no pretender
aleccionar y conducir la conversación a base de preguntas que interrumpen el
guión del paciente; su historia, su vida, sus problemas, a eso viene, eso le libera de cierta tensión, eso cree, eso espero.
Al
fin ha conseguido que su hijo le dé el dinero para pagarme las visitas que me
debe. Le comento que con esta última
ya es suficiente; ni
hablar, ella quiere saldar sus deudas; asunto para mi secretaria, ella lo ajustará. Si no fuera porque tiene la función renal
alterada, hasta claudicaría en
insistirla sobre la necesidad de no tomar ibuprofeno; tantos años insistiéndola,
tantos años tomándolos. Uno, uno, sólo uno al
día, me dice; opto por aconsejarle que lo sustituya por otro antiinflamatorio. No sé si me hará caso. Que su médico de cabecera le
solicite en un par de meses otra analítica y me llama para informarme de los
resultados, mi último comentario camino de la recepción, un beso rapido de despedida, mientras cojo la historia por rellenar de una primera visita que lleva esperando un buen rato.
Llego
de darme un baño en el mar; delicioso. A última hora de la tarde, el mar plano,
algo más limpio que el otro día, casi nadie en la playa, el sol aún cálido, sin
quemar, un gin tonic en el
chiringuito me ha sentado
estupendamente y me ha inspirado esta entrada. Ahora salgo a cenar a
una taberna japonesa donde bordan el
tartare de atún y las empanadillas de verduras, sake no tomaré, un par de cervezas
sin alcohol y luego otro gin tonic en una terraza de la zona, es viernes
y es verano, buen fin de semana.
Foto entrada F. Jordi Esteva