La
gran belleza es una película extraña. Decadente y moderna, superficial y profunda, cómica y trágica,
ágil y lenta… cualquier momento es bueno
para ir un segundo al lavabo y, sin
embargo, no encuentras ese momento; como si te
pudieras perder ese algo esencial que esperas suceda y no acaba de suceder.
De sus
imágenes me quedo con la esplendida terraza con vistas al Coliseum de Roma donde
el protagonista organiza sofisticadas cenas y fiestas; bailes como trenes hacia
ninguna parte, nos cuenta ese hombre trajeado, algo pedante y cursilón que acaba de cruzar los 65 años; años para
no perder el tiempo en lo que no te
apetece hacer… entre la nostalgia y bastantes toques agrios, demasiado decadente para según que
estados de ánimo; en todo caso, habla de la vida -aunque a simple vista parezca Marte- y eso no tiene desperdicio.
Un
tren hacia ninguna parte. ¿La vida? pues no sé... hacia alguna parte irá... la vida, un tren; a veces vacío, otras abarrotado; compartirlo, bailar; no aleccionar
sino escuchar; banalidades que esconden desencantos, ilusiones ya imposibles o tal
vez aún posibles, en todo caso, la vida, un tren: un tren decadente y moderno, sofisticado y banal,
superficial y profundo; la gran belleza. Si la medicina te enseña algo es a escuchar, no aleccionar sino
aconsejar, tratar de encontrar la alternativa terapéutica adecuada; bailar y
luchar, casi nadie se rinde, día tras día en la consulta observas que la
mayoría de personas llevan una especie de héroe dentro de ellas mismas, un
pequeño gran motor de supervivencia sobre el cual en la película apenas asoman trazos - intencionado, supongo-; la
gran belleza; ni grande ni bella, no me atrevo a recomendarla, aunque me ha interesado. Sin haber ojeado las críticas, a ver que opinan los expertos.