No sé
cuantas veces habré visto El cazador.
Colosal. La música. La ambientación. Un peliculón para el recuerdo. Y, para
esta tarde, antes de salir a cenar.
Robert de Niro; cuando veo sus últimas películas me desespero; abismal,
taxi driver, el cazador… del cielo a
la mediocridad; sin pretender juzgarle, le juzgo, me juzgo, la vida misma.
Crecer, crecer o, al menos, mantenerse; el listón muy alto, lo siento, admirado y
desencantado Robert, deseando verte resucitar.
Y
hablando de héroes y vida, a punto de nacer Tristán: mi primer sobrino nieto.
Lejos de envejecerme, me entran ganas de comerme el mundo y ofrecértelo para
que lo reconduzcas hacia donde la
creatividad y la ilusión no desfallezcan, individuos únicos y universales, comprometidos, donde la solidaridad venza por goleada al mirarse el ombligo, los estados desaparezcan y pasen a ser organizaciones prácticas donde el
bienestar social sea un objetivo alcanzable para todo el planeta, comunidades abiertas de
todos los colores donde lo público y lo privado convivan y se sustenten,
libertad y honestidad, comerse el mundo y dar de comer al mundo, Tristán, vamos
allá, el cazador, mi primer sobrino nieto, de las células madre al cerebro
maduro, cerebros que no nacen planos sino llenos de pasado y vida; el conocimiento como Don, avanzó Platón
y la ciencia no ha hecho más que confirmarlo; antepasado tras antepasado; de
los árboles a las praderas; de la flauta
mágica -o ese trozo de fémur de oso joven como primer instrumento musical- al lenguaje; una especie de mosaico aleatorio de tus cuatro abuelos; tu código
genético; tus alas hacia la eternidad.
Foto entrada en F.