Mecánico. Más que preocupado, parece intrigado. Se
quema a menudo. Mientras trabaja, sin darse cuenta, sin ese reflejo de dolor
inicial que te hace retirar la zona corporal en riesgo en el momento del impacto, de repente, se encuentra con la correspondiente y aparatosa ampolla producto de su falta de sensibilidad al dolor o a lo que espera que, por mi parte, como especialista, le aclare.
Mientras le escucho, siento que detecta mis pensamientos y, a su vez, también yo capto lo que él piensa. Agradable empatía que nos traslada
a un curioso intercambio de papeles. El
paciente me trasmite que no debo preocuparme si no soy capaz de resolver su problema. Más que un alivio, un entendimiento que agradezco. E
imagino que, por su parte, encontrarse con un médico que no oculta su ignoracia o limitaciones, ciencia incluida, le desencadena una especie de sentimiento
paternalista. Resumiendo, algo asi como una reconfortante comprensión y apoyo entre colegas. Al fin y al cabo, nuestras profesiones están
hermanadas tanto en la necesidad de diagnóstico como en la consiguiente búsqueda de soluciones.
El caso es que, efectivamente, aunque le solicitaré las pruebas oportunas, por los datos de su
historia clínica, presupongo que no se llegará a saber qué demonios le ocurre para
quemarse tan a menudo. Paso a explorarle y confirmo que todas las sensibilidades
las mantiene conservadas. Tanto la táctil como la posicional y, en su caso, en especial, la termo-algésica que exploro mediante un pequeño pinchazo con una aguja en distintas zonas de su
cuerpo que nota perfecto; vías sensitivas que ascienden desde los receptores distribuidos por toda la piel, pasando por la médula espinal hacia el interior del cerebro
dirigiéndose a las zona más superficiales de los lóbulos parietales.
Si su problema estuviera localizado
únicamente en los brazos, entonces el motivo de dicho cuadro habría que
buscarlo en la médula
cervical. Por ejemplo, una siringomielia o cavidad anómala en el interior de la
médula que puede ser de nacimiento o debido a un traumatismo y que en determinados
casos se va abriendo provocando síntomas como dicha alteración de la
sensibilidad. Pero este no es el caso, ya que el paciente refiere quemarse por todo el cuerpo, cara incluida.
Interesante
tema. Pero, más allá del apasionante campo de la recepción de estímulos sensoriales
esencial para nuestras vidas, lo que me ha impulsado a escribir esta entrada, lo que realmente me ha interesado de este caso, ha sido esa empatía,
ese intercambio de papeles.
“No
se preocupe, termina diciéndome mientras mete en su cartera los volantes de las
pruebas que le he solicitado que incluyen una resonancia cráneo-medular
completa- si, como usted sospecha, no se encuentra una causa a mi problema, mucho mejor, consultaba más
que nada por curiosidad, ya me las apaño
con mi problema, cuestión de estar más atento. Gracias,
colega, pienso, mientras le doy la mano al despedirme.
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