Sigue en las librerías. El cerebro del rey. Estupendo libro divulgativo sobre el cerebro humano escrito hace ya varios años por el neurólogo N. Acarin. Acertado título, apreciado colega. Permíteme que te lo tome prestado. Y es que, después del inesperado éxito de visitas a mi entrada inspirada en representativas meteduras de pata y elefantes, adentrarme en las neuronas de una mente real, me seduce especialmente. Espero sobrevolar a la altura precisa.
Ni anarquista ni monárquica. No se trata de afinidades ni rechazos, críticas ni alabanzas, balances entre aciertos y torpezas, se trata del rey y su cerebro. El cerebro del rey. ¿Qué se cuece en el interior neuronal de una mente nacida y vivida para reinar?
Barcelona. La princesa
y su galán saludando complacientes desde su carromato nupcial a una ciudad
supuestamente poco interesada en coronas propias o ajenas. Las calles a
rebosar. Cámaras por todas partes. Millones de miradas. Trajes y detalles.
Muñecos admirados por puro nombre, título y condición. El sentido del ego
hipertrofiado ante tanta mirada, tanta coba. Un sentido acompañado de capacidad de influencia o poder llamemoslo fundamentalmente indirecto;
cada acto, cada premio, obra social, mil cámaras. Un
sentido acompañado de responsabilidad; la importancia de ser rey.
Y las neuronas presumiblemente inteligentes observando la situación. Nerviosas ante un discurso, un simple papel. La base, que base, justa y formada, normal, pisando en terreno de todos, de nadie, inevitable, las neuronas del rey: extrañadas, entrenadas, contenidas, a las ordenes de su papel, qué papel, menudo papel, el papel de rey.
Y la vida en la recamara, menos idílica, más material, deseos personales, gustos y placeres, alegrías y enfados, un día a día donde el ego sobra, las miradas te esclavizan, el poder te confunde, sin excusas, ser uno mismo, pero, soy el rey, disculpen, me he equivocado, pero… ¿no era usted el rey? Complicado. Mucho positivo; tanta repercusión e influencia que bien utilizada puede representar un gran valor para la sociedad. Nada positivo; tanto ego vaporoso, vacios y falsedades, tanta adulación, tantas tentaciones... Un cerebro para el diván. Y eso que los neurólogos somos poco de de diván. Y eso que Freud era neurólogo de formación.