Vengo
de comprarme ropa. Las ofertas son tentadoras, aunque la prenda escogida para probar tiene
que cumplir unos requisitos que rara vez cumple. El caso es que hoy he sustituido un abrigo por otro. Calidad, buena caída, buen precio. Mientras
paseaba por las Ramblas con las solapas elevadas y las manos en los
bolsillos de mi estupendo abrigo nuevo,
me he sentido con las fuerzas algo recuperadas. Sin venir a cuento, se me ha
ocurrido una entrada para mi blog.
Durante estos meses, conviviendo con la enfermedad desde el asiento del acompañante, he tenido la oportunidad de constatar un hecho entre curioso e interesante; incluso me he dedicado a mi misma una tenue sonrisa sin dejar de pasear Rambla abajo. En realidad, nada nuevo, ya lo había intuido desde el otro lado del escritorio, si bien, hasta ahora, no lo había racionalizado o reflexionado en su justa medida; pura casualidad, nada relevante, eso pensaba.
Durante estos meses, conviviendo con la enfermedad desde el asiento del acompañante, he tenido la oportunidad de constatar un hecho entre curioso e interesante; incluso me he dedicado a mi misma una tenue sonrisa sin dejar de pasear Rambla abajo. En realidad, nada nuevo, ya lo había intuido desde el otro lado del escritorio, si bien, hasta ahora, no lo había racionalizado o reflexionado en su justa medida; pura casualidad, nada relevante, eso pensaba.
“El mareo es prácticamente constante, floto al caminar desde hace meses” “Diario, sí, sí, diario, el dolor de cabeza no me abandona desde hace más de un año” “Las palabras no me salen, me quedo bloqueado en plena conversación” me cuenta un paciente manteniendo un lenguaje fluido envidiable. Simples ejemplos de lo que suele ocurrir en la consulta del médico: ese mareo, esa cefalea persistente, justo en ese momento, oh, casualidad, justo en ese momento, ha desaparecido… cómo si el hecho de acudir al médico provocara en sí mismo un efecto curativo (por desgracia, un espejismo que dura lo que dura la visita y poco más) Hechizo temporal. Frente al médico; asintomáticos.
Ante
estas situaciones aprovecho para tranquilizar al paciente. Los procesos o enfermedades neurológicas preocupantes
habitualmente se constatan con una simple exploración clínica. Eso no quiere
decir que los síntomas no existan, por supuesto existen pero, tras la
anamnesis y la exploración, en la gran mayoría de casos, el neurólogo
estará en disposición de emitir una impresión diagnóstica acertada.
Pues
bien, no es que mi papel de acompañante
de enfermo me haya hecho cambiar de criterio, sin embargo, me ha hecho
reflexionar. Quizá por su carácter,
quizá por el esfuerzo extra que supone acudir a visitarse, determinados
pacientes encuentran fuerzas para presentarse ante el médico en el mejor de su
inestable estado de salud. Ese día, se levantan del asiento, caminan
aceptablemente bien, no se bloquean al
hablar, no sangran, el dolor es tolerable, ese día que deberían mostrarse los síntomas
en todo su esplendor para que el médico pudiera valorar el problema
con la mayor exactitud posible, ese día
los síntomas, los síntomas, qué síntomas. Ah, y en los procesos graves aparentemente estacionados, las desgracias
que están a punto de aparecer, aparecerán mañana.
Así
estamos. Paseando por las Ramblas, un
Shawarma, me apetece un Shawarma, pasar por el video club y escoger una película.
Suena el movil.