Ayer, mientras visitaba, recordé la pelicula AMOR y en concreto la imagen de Trintignant sosteniendo sin más ayuda que sus envejecidas fuerzas el cuerpo de su mujer. Me encontraba frente a una paciente que hablaba y hablaba... sentada
en su silla de ruedas, desesperación, ansiedad desbordante, un volcán de problemas de salud, dolores y mala tolerancia a las medicaciones; “me ha vuelto a pasar, ya se lo advertí, no
tolero nada, nada, de nada, me pasé dos días vomitando”… Por mi parte, acostumbrada a escuchar y al
mismo tiempo observar, en este caso, no pude evitar desviar mi atención hacia el marido. Vaqueros y camisa escocesa, jovial y saludable a pesar de rondar los ochenta años. Llamativamente relajado, miraba a su mujer; comprensivo, cómplice de sus múltiples males y
quejas. Admirable, envidiable, increíble, adjetivos que me vinieron a la mente mientras
escuchaba el torrente de males de su mujer a la que me encontraba visitando para tratar de controlarle unos
espasmos musculares en relación a una intervención quirúrgica por estenosis del
canal lumbar que sólo había conseguido empeorar sus síntomas, según refería. Y, mientras tanto, sin agobios ni hartazgos, su marido la miraba; realmente un buen hombre, extraordinario, pensé.
Relegada
a una repentina dependencia por una hemiplejia, la protagonista de la película AMOR,
no se queja, aunque de fondo intuyes su
desazón, desesperanza, resignación a medias, mientras su marido no duda en
hacerse cargo de ella, en ayudarla más allá de sus posibilidades, en su caso, incondicional, sin realmente queja alguna. Un cuadro armónico,
encajado hasta rallar la perfección; mientras que la realidad no suele ser tan
intelectualmente lineal; viendo el cuadro de mi paciente y su marido cai en la cuenta de este
detalle; importante detalle sobre la película y la realidad. Ahora comprendo el motivo por el cual, al salir del
cine, mientras tomabamos una cerveza y opinábamos sobre la película, algo no me cuadraba; real, pero, tan equilibrada... no sé... comenté; y no por la
dedicación de la pareja, sino por algo que no acababa de interiorizar en ese
momento. Esa misma noche escribí una entrada en mi blog con la pelicula como centro de reflexión; la
sutileza de sentimientos, una joya sobre la vida, la muerte, la vejez y la
dependencia. No es que halla cambiado de opinión, sin embargo, imaginándome a mi
paciente en su casa; queja tras queja; y a su marido sereno y complaciente, comprendiendo su dolor, no tan solo aguantándola sino apoyándola en todo, levantándola de la silla de
ruedas, sentándola en el baño, lavándola,
peinándola… después de esta visita -actuaciones estelares al margen- me queda muy claro que el Oscar más merecido debería recaer sobre mi personaje: el marido
de mi paciente. Lo siento por Haneke y sus guionistas a los que invito a pasarse por mi consulta.
Vanesa Garcia Alonso