AMOR,
del austriaco Michael Haneke, es
una obra de arte. En el interior de una
casa parisina -cocina austera, salones y pasillos señoriales- un matrimonio
octogenario interpretado por dos actores que tocan el cenit de la perfección -en
especial, el francés Trintignant para el que Haneke escribió el papel según
acabo de leer- transcurre una historia tan cotidiana como impactante. Una
reflexión sobre la vida, la muerte, la enfermedad y la dependencia en la vejez
o esa etapa vital que a todo aquel que no se haya quedado por el camino le va
a tocar vivir. Ignorada, menospreciada, maltratada, sobretodo maltratada; una
etapa cruda y sabia, horrible o bella, llena de matices para reflexionar, en
este caso, la unión, respeto, amor incondicional de una pareja de músicos que tras toda una
vida en común se enfrenta a un cuadro de
isquemia cerebral que deja a la mujer repentinamente hemipléjica. En la
primera escena les vemos asistiendo a un concierto de piano de un antiguo alumno suyo, aún aceptablemente
saludables. Después, ya no saldrán de su piso, de un espacio de techos altos y puertas entreabiertas donde las emociones se tratan de modo exquisito, sutil, sin apenas sonido,
alguna pieza de piano, alguna frase basta para entender; de fondo, el amor hasta sus últimas consecuencias.
Brillante y dura; real; aunque no una
realidad universal; tantas maneras de quererse, de enfrentarse a esa etapa tardía, a la enfermedad. De hecho, la película me ha servido para
reflexionar y comparar el modo en que trato el tema de la vejez en mi novela “la
pierna olvidada” Mi personaje, tras
años de vivir solo en su casa familiar al haber enviudado, se rompe el fémur e ingresa en
una residencia. Aceptación y vida, estados de ánimo tambien hacia dentro, más patentes, malhumor, humor... pensamientos que fluyen, momentos para disfrutar aún dentro de la soledad y la dependencia, el día a
día, un tiempo que ya no es tiempo sino algo extraño, monótono e interminable, “ya sin tiempo es curioso que te sobre tanto”,
reflexiona mi protagonista, mil matices donde el silencio interrumpido por los
gritos de la paciente de la habitación de arriba no deja de ser silencio o piano, amor eterno - tan
eterno e incondicional como el del personaje interpretado por Trintignant- aunque en mi novela hace años ese amor ya no esté a su lado. Chapeaux, señor Haneke; la vejez o la dignidad de los años, la belleza del contenido;
mis más sinceras felicitaciones.
Jean-Louis Trintignant