Lo
confieso. Pensaba que la encontraría enseguida. Cariñosa, comprensiva, serena, volcada en el cuidado de su marido enfermo, sumisa, sin incordiar,
protestar, llorar. Trintignant en versión woman. Pues bien, ni rastro. Más de dos semanas esperando verla
aparecer por mi consulta y el modelo
repetido ha sido muy distinto, eso sí,
también de película. “No se esfuerza, si no se esfuerza como va a mejorar,
deprimido, todo el día sentado viendo la televisión, ni las gracias; me paso el día pendiente de él
y ni las gracias”
No
nos confundamos. Vivimos en una sociedad donde el peso del cuidado familiar -padres, madres, abuelos, hijos -enfermos
o no enfermos- continua recayendo mayoritariamente sobre la mujer. Excepciones
al margen, los hombres, o no se enteran, o aparentan no enterarse. Una mezcla de las dos
cosas, quizas. Amplitud de miras limitada, se podría resumir, hacia
dentro, hacia ellos, pequeños detalles más o menos esenciales que al género masculino les pasan desapercibidos. Mientras que las mujeres percibimos un entorno de problemas y matices
mucho más amplio, más allá de nuestras propias narices. Cuestión de historia,
supongo. Capacidad de multitarea heredada de generación en generación. En todo caso,
los cerebros de ambos bandos necesitarán décadas para adaptarse a las nuevas reglas de juego basadas
en la igualdad de oportunidades, la libertad, roles por los
aires, creatividad y crecimiento
individual a compatibilizar con una
convivencia familiar idílica…