Buen paseo por la carretera de les aigües. Estos días templados de invierno, cielo
despejado, luz nítida y refrescante; frecuentes
en Barcelona; una delicia. En esta ocasión, con tiempo y compañía, montaña arriba, en baja forma para ascensos
excesivos, pero, en fin, contenta del esfuerzo una vez vuelta abajo. Ya en plano, un rato de
conversación, otro de música y a casa.
Después de una ducha -pelo incluido-, me tumbo en la cama y enciendo el portatil. Planeo
una tarde de domingo tranquila, escribiendo, escuchando música. Mi loft, de techos altos y
espacios amplios, como un refugio que inspira, trasmite paz, reflexión;
silencio o música, según los momentos, mi estado de ánimo. Es curioso, no suelo
escribir sobre música, sin embargo, a la típica pregunta de qué te llevarías a
una isla desierta si sólo pudieras llevarte una cosa, sin duda escogería las sonatas de piano de
Beethoven:
infinitas en matices y contenido; una verdadera creación para la eternidad.
La
música y la vida. “Sin los seres
vivos, el sonido sería silencio, y la música, viento” escribo en mi libro el
cerebro al descubierto cuando trato de explicar que sin un aparato
receptor adecuado que convierta las ondas sonoras en actividad neural y un
cerebro que procese la información recibida, el árbol al caer no produciría
ruido sino partículas de aire en movimiento. Partículas o moléculas de aire
que se desplazan al caer el árbol y vibran
unas con otras lo que provoca un cambio de presión del aire que se representa
en forma de onda sonora. Cada onda sonora con sus tres propiedades: amplitud (volumen),
frecuencia (tono) y complejidad; el enigma de los diferentes sonidos hace tiempo descifrado.
Pues bien, nuestro cerebro dispone de una
obra maestra de ingeniería
capaz de detectar variaciones de presión del aire muy pequeñas. Un órgano receptor
en el oído capaz de analizar las distintas propiedades de la onda sonora y
convertirlas en actividad neural que viaja a través del nervio auditivo hasta
la corteza cerebral especializada. El lóbulo temporal derecho para la música y
el temporal izquierdo para el lenguaje. Ambas
complementarias y en conexión entre ellas y con otras áreas cerebrales para hacer del sonido
una experiencia vital ilimitada. Buenas tardes a todos, por
cierto, la interpretación que no me canso de escuchar desde hace ya muchos años es la del pianista ruso Emil Gilels. Por
cierto, !cómo me recuerda este niño a mi hermano mayor!
Jaques Lowethe