Por
lo general es así. Las personas que presentan
una demencia degenerativa tipo enfermedad de Alzheimer no acude a
visitarse por propia iniciativa. Después
de meses de despistes, olvidos, fallos cotidianos sus familiares comienzan a preocuparse. Después de insistir e
insistir, medio engañados,
acudan a la consulta del especialista.
Por
lo general es así. Aunque no siempre. Recuerdo
con especial cariño a una paciente encantadora. Acudía a visitarse por propia voluntad. Preocupada, muy
preocupada por su memoria; lo olvidaba todo, el hecho de acudir a mi consulta
ya le había supuesto perderse por el camino, por los pasillos, apuntarse la
cita y olvidarla, perder el papel donde lo había apuntado. Acudía sola así que
la historia clínica no podía
contrastarse con la opinión de un familiar esencial en la mayoría de casos de
cuadros de inicio de demencia. Su lenguaje era fluido, las preguntas dirigidas
en relación a su memoria inmediata, memoria reciente, orientación y demás
funciones superiores no ponían en evidencia un claro deterioro cognitivo. Tan
solo se objetivaba fallos aislados en su capacidad de atención y concentración.
Desde había años tomaba ansiolíticos, controlada por un psiquiatra. Lo primero
que le aconsejé es retirarlos poco a poco y sustituirlos por antidepresivos
menos perjudiciales para su capacidad de atención. Siguiendo el protocolo
habitual, le solicité un scanner cerebral y una analítica general incluyendo
pruebas de tiroides y vitamina B12 como posibles causas de su déficit de
atención. Todo normal. Intenté tranquilizarla, si se tranquiliza se concentrará mejor, despidiéndome convencida
de que no estaba iniciando un cuadro de demencia, sino que sus fallos de
memoria eran debidos a problemas de atención secundarios a su ansiedad reactiva y a los ansiolíticos que tomaba sin control
Meses
después, acudió a revisión acompañada de su hija. A pesar del tratamiento antidepresivo y la
retirada de los ansiolíticos, su madre era un puro despiste. Repetía
llamadas, perdía todo, todo. Paradójicamente, la paciente ya no estaba tan
preocupada por su memoria. Bastó un simple test de memoria para confirmar el evidente deterioro cognitivo
amplio. Más que error en el diagnóstico inicial, su cuadro de ansiedad me hizo
sospechar que sus fallos de memoria se debían a problemas de atención en relación
a su ansiedad referida y objetivada.
En
fin, estas excepciones nos sirven para
saber que cada paciente es un mundo. En
este caso, la encantadora mujer tenía
razón: estaba comenzando una demencia degenerativa tipo enfermedad de Alzheimer
aunque de entrara conservara esa facultad llamada metamemoria o capacidad para tener conocimiento
de la propia capacidad memorística. Intuir lo que se sabe y lo que no se sabe.
Tener en la punta de la lengua un nombre. Quien sabe que no sabe conserva esa
sutil pero esencial competencia llamada metamemoria que los investigadores
relacionan con los lóbulos frontales.
Saber o no saber que no se sabe. Conciencia
de conocimiento. Qué alguien vaya en
busca de Platón. Por mi parte, buena lección, querida paciente.
Cartier Bresson