Aquí estoy.
Tumbada. La televisión apagada. Hasta
aquí he llegado. Si fuera psicóloga podría hablar sobre varios
temas de interés; conciencia grupal, resistencia a las evidencias, entre tantos asuntos de convivencia. Pero,
como neuróloga, callo y sólo siento preocupación por el empobrecimiento que es
de esperar aguarda a una sociedad enrocada en una identidad que parece aún no ha
tomado plena conciencia del camino emprendido hacia su propio ombligo. Y lo que más me
entristece es que no encuentro un motivo que justifique aunque sea un mínimo semejante enredo y riesgo. Nunca pensé que me iba a
importar tanto el destino de esta tierra; tierra construida entre todos y en donde mis antepasados
contribuyeron a fortalecer ese sentimiento de identidad nacional que por lo visto se ha reconvertido en incompatible con el resto de España para una parte importante de la población cuando entonces no lo era ni en destino ni en
deseo.
Desde la generosidad, orgullo, justicia, así se construye
lo que de verdad importa y lo demás es mediocridad. El legítimo
derecho de una mayoría puede ser luz o nada más que sombra
si ignora a la mitad de la población y desprecia al vecino. Nunca pensé que la
carencia de políticos de altura nos pudiera llevar al callejón en el que nos
encontramos. Espero que no tarden en salir unos presos que sin ser juez no entiendo como no están en
sus casas, alguna salida tendrá que haber a este callejón,
incapaz de encender la televisión, escuchar a unos y a otros esa falta de autocrítica, manipulación, mentiras. Posiblemente, por el camino que vamos, algún día nacerá un nuevo País: una pequeña Dinamarca del
mediterráneo incomprendida y desde luego nada que envidiar. Bona nit
y bon nadal.