Hace unos años sufrí una pequeña decepción. Estaba invitada como ponente a un Simposium sobre creatividad en la era digital y asistía con mucha ilusión, pues encabezaba el grupo un neurocientífico de gran prestigio internacional por el que sentía una especial admiración. Habiendo leído sus libros, conociendo sus imaginativas líneas de investigación, probablemente esperaba demasiado de una reunión que para él era un puro trámite. Debió de aterrizar cansado, cruzado; en apenas media hora nos soltó su conferencia estrella: un resumen básico sobre sus estudios más recientes, pero poco o nada en relación al tema central de la reunión. Y llegó la ronda de preguntas. Entre los ponentes: algún periodista, un grupo muy heterogéneo, por lo que me decanté hacia una pregunta de carácter general. ¿De qué hablamos cuando hablamos de creatividad? Arthur Koestler en su libro “En busca de lo absoluto” define la actividad creativa como un proceso de aprendizaje en el que el maestro y el alumno son la misma persona… a mí esta definición me parece muy sugerente y apropiada en especial para estos tiempos donde la tecnología nos brinda herramientas que facilitan -quizá en exceso- el trabajo supuestamente creativo ¿Cual es su opinión al respecto? Tras un agobiante silencio, extraño, absurdo silencio, liquidó la pregunta con un breve comentario tangencial. Por un momento, pensé que era un imbécil… (lo siento, prometí verdad) por un momento… no tardé en pasar página paseando y disfrutando de una de las ciudades más agradables y entretenidas de este país, o nación, o estado de naciones, o… ahora que pienso, quizá no sean tan relevantes las definiciones en sí mismas, quizás enreden más que otra cosa, quizá formen parte del tejado más que de los cimientos, quizá…