Este mayo voy a tener un nuevo sobrino. En alguna comida familiar he sugerido a sus padres que lean el capitulo que escribí en mi libro “el cerebro al descubierto” sobre el desarrollo cerebral. Como veo que pasan las semanas y no me comentan nada al respecto, se me ha ocurrido recurrir a mi recién estrenado blog. A pesar de ser primerizos en el tema, no me cabe la menor duda de que su instinto sabrá cuidar y estimular a su hijo sin necesidad de teorías, si bien, lo que ocurre en el cerebro durante los primeros meses de vida es tan apasionante, tan increíble y maravilloso que me ilusiona contárselo.
Al nacer, el cerebro dispone de 200.000 neuronas. Primera sorpresa: en pocos meses este número queda reducido a la mitad. ¿Cómo? ¿En plena etapa de desarrollo y resulta que no solo no ganamos sino que perdemos neuronas? ¿Por qué sucede esta inesperada perdida? Pues porque las neuronas deben irse agrupando unas con otras formando redes funcionales. Las que no lo hacen, son eliminadas, mueren. Una especie de poda. Como hacer cerámica. El cerebro se va moldeando a medida que recibe estímulos del exterior. Sin luz, las vías visuales no se desarrollarán y las neuronas especializadas en esta función se pierden. Y así sucesivamente. Ver, oír, gatear, andar, hablar… sin apenas esfuerzo el niño va adquiriendo las diferentes funciones a medida que las estructuras cerebrales responsables están lo suficientemente desarrolladas. Más que un proceso de aprendizaje se trata de un proceso de adquisición. El niño adquiere la compleja batería del lenguaje de cualquiera de los idiomas a los que se vea expuesto con solo oírlo, pero, debe oírlo, recibir calor, amor, luz, color… para que estas increíbles células llamadas neuronas vayan agrupándose en sus correspondientes redes funcionales. Lo que parece la etapa más pasiva de nuestras vidas esconde todo un torbellino de actividad neuronal. Crucial queridos padres. Buenas noches sobrino.