Abstraída, paseaba por la orilla. Era mi primer día de playa de este año complicado. Menos mal que nos queda el verano, pensé, desde aquí, un abrazo para los griegos: exportarán o no exportarán lo suficiente pero no cabe duda de que disponen del mejor de los tesoros: islas y un mar intenso, nuestro mar si Europa fuera algo más que una calculadora de euros en manos de los mercados. Como neuróloga -tratando de aportar mi granito de arena en la construcción de un edificio que a pesar de los pesares continua seduciendome- me pregunto ¿Qué cerebros necesita el proyecto Europa? La respuesta me surge de inmediato: Además de lo que llaman tecnócratas de máximo nivel, un líder apropiado. Pero, ¿qué cualidades debe tener ese cerebro capaz de embaucar en la misma dirección a más de 700 millones de personas que ni siquiera comparten idioma?
Líderes e inteligencia emocional. Daniel Goleman, pionero y máximo divulgador del tema, lo resume en una brillante exposición de apenas tres minutos. La aconsejo vivamente. Desde que en 1983 Howard Gardner introdujo el concepto de inteligencias múltiples -desmarcándose del estricto registro del coeficiente de inteligencia tradicional que se limita a medir las distintas capacidades cognitivas de la persona- mucho se ha escrito sobre la inteligencia emocional y, sin embargo, por desgracia, escasea de modo llamativo, ámbito político en particular.
Hablar de inteligencia emocional es hablar de reconocer emociones propias y ajenas; manejarlas, gestionarlas. En cualquier empresa -concluye Goleman- una vez se tiene un plan estratégico (para cuya elaboración cuantas más habilidades cognitivas mejor) una vez queda definido hacia dónde se desea ir, sólo se puede llegar a través de las personas. Y, por ello, para ejecutar ese plan, esa estrategia, se necesita persuadir, escuchar, comunicar, motivar… en otras palabras se necesita inteligencia emocional; algo esencial en cualquier líder; vital para Europa y su proyecto. Por cierto, ¿Qué proyecto? Porque de la estrategia mejor ni hablar y aprovechar el verano para zambullirnos en el mar.
La inteligencia emocional