Woody Allen entrando en mi consulta. Imagino mi sonrisa contenida entre la sorpresa y la emoción mientras le invito a sentarse. Imagino su
expresión de agobio, susto, convencido de tener un tumor en la cabeza; sus mareos no van a
venir del pie, me explica sin aparente interés por mi opinión, el caso es que dentro de la resonancia magnética no ha aguantado ni un
minuto, el aparato más abierto del mercado... con una máscara oprimiéndote
el cráneo… qué listos. Tras sus gafas de toda la vida, me mira fijamente, cruza
las piernas, ladea la silla, apoya los brazos sobre el respaldo, curiosa manera
de sentarse. Habla y habla. Le escucho y
le observo encantada. Según comenta, los propios radiólogos le han aconsejado
que consulte a un neurólogo dado que la posibilidad de anestesiarle debe venir avalada por un especialista. Quizá
con un scanner cerebral sea suficiente, pero la alergia al contraste yodado no
puede descartarse de antemano.
Manhattan, creo que fue en Manhattan; el mismo temor, recuerdo sus saltos de
entusiasmo al salir de la prueba. A buen seguro, no habrá olvidado la escena,
sus funciones superiores parecen intactas, el lenguaje fluido, ágil de movimientos, un calco de sus cuadros
hipocondriacos que retrata con tanta precisión y gracia en sus
películas. Le pido me describa el tipo
de mareo que presenta y confirmo mis sospechas. No me cuenta ningún síntoma
indicativo de un tumor cerebral, tampoco se acompaña de datos que sugieran un problema
circulatorio, de hecho sus mareos son de los que etiquetamos como inespecíficos;
ni vértigos, ni bajadas de tensión arterial; mareos de probable origen psicosomático. En estos
casos siempre explico lo mismo al paciente: no es que usted se los esté inventando. Si se marea,
pues se marea. Lo que ocurre es que no
existe ninguna enfermedad ni causa orgánica objetivable, así que lo más práctico es valorar el componente
de stress, los factores psicológicos subyacentes y, en función de ello, iniciar una medicación, o bien acudir a un psiquiatra para que valore el caso. Ni caso. Como
la mayoría de pacientes, Woody Allen lo que desea es una
prueba para descartar lo que tú como especialista ya has descartado después de la anamnesis y una
exploración con un simple martillo y un oftalmoscopio como únicas herramientas.
Por cierto, a su edad, mantiene un equilibrio envidiable, ni un acróbata. Podría
tratar de convencerle; explicarle que las
pruebas de imagen realizadas hoy pueden salir completamente normales, pero no descartan que mañana surja el supuesto tumor... no se va a pasar la vida dentro del aparato de
resonancia. Lo que no estoy dispuesta a solicitar es una anestesia general para realizarse una prueba que no necesita, así
que opto por hacerle la petición para un scanner cerebral sin
contraste y en caso de
que saliera algún hallazgo no
concluyente, ya valorariamos que hacer; quizás
un ansiolítico media hora antes de meterse en el aparato de resonancia pudiera
ser suficiente para controlar su claustrofobia,
quizás, no lo creo.
Durante
toda la visita he tratado de distanciarme del personaje y escuchar al paciente. Confieso que no lo he conseguido del
todo, incluso me han venido a la mente escenas de “A Roma con amor” su última película. Grata sorpresa verle
actuar; sus gestos, sus frases y "neuras", otro divertimento delicioso, ágil,
enlazado con su habitual ingenio y naturalidad, historias de relaciones, vida, sucesos entre cotidianos y rocambolescos,
Woody, señores, el gran Woody Allen en mi consulta, no se preocupen ustedes, en
buenas manos.