Lo
siento, pero sigo enganchada a los
hombres –mayores y no tan mayores- que se vuelcan ante la enfermedad de su
mujer. Tantos casos a la inversa, quizás por eso mi mente se ha quedado enternecida ante la imagen de
Trintignant despidiendo sin
contemplaciones a una de las cuidadoras ante la primera muestra de trato poco respetuoso hacia su mujer en estado clínico de total indefensión.
Esta tarde ha aparecido por mi consulta mi nuevo heroe: aún en edad de salidas y planes; unos setenta años bastante apaleados, no por exceso de arrugas y desgaste corporal, sino por la carga familiar que soporta, la nula ayuda externa y los pocos recursos económicos de que dispone para sobre llevar la situación que le está tocando vivir. Como siempre, acompaña a su mujer que la visito periódicamente desde hace tres años. Diagnosticada de una demencia degenerativa tipo enfermedad de Alzheimer, parece su madre; cuatro pelos, sin algún diente, aún así, conserva una sonrisa encantadora, bondad, se la coge cariño enseguida. Por mi parte, me alegro de verla cada vez que entra en mi consulta; un placer, a pesar de su inevitable deterioro mental progresivo que, al menos, en su caso, emperora muy lentamente, gracias tanto a la medicación actual para esta enfermedad -que no detiene su curso, pero, por lo general, lo enlentece- así como por los cuidados y atenciones que recibe por parte de su marido que la mantiene activa e integrada en su entorno en la medida de lo posible. Su memoria reciente o capacidad para retener información nueva está en las últimas, no obstante aún puede seguir más o menos una conversación sencilla, no sufre, sino al contrario, ya le gustaría a la mayoría de personas sentirse tan en paz, envuelta en cariño y naturalidad por parte de su pareja que a base de estar encima -sin agobiarla, sin exigencias- consigue camuflar lo que en estos momentos ya sería una dependencia absoluta para toda actividad cotidiana; vestirse, comer, salir de paseo… gracias a su pareja de toda la vida, su vida es un día a día llena de detalles y ayudas sin alardes, como si pudiera hacer lo que ya no puede hacer, como si lo que todavía puede hacer fuera más que suficiente. Envidiable marido, excelente hombre, natural, dotado para el amor, la convivencia y la aceptación de las circunstancias, un maestro, otro héroe de película, señor Haneke.