Aunque
hace años cambié la Cerdanya por el Empurdà,
este otoño muy en especial añoro amanecer entre las montañas de ese fantástico valle por desgracia mucho más costruido de lo que la naturaleza hubiera admitido, su luz y colores, perderme en sus bosques, caminar escuchando el sonido del río mientras vas pisando un húmedo manto de hojas caducas ; te envuelve, te limpia el alma. El Empurdà es otra historia; su belleza
más pausada, plana, la serenidad de sus campos, el verde que renace al caer la tarde; te relaja más que limpia, te acompaña más que
envuelve.
El
tipo de trabajo y vida de una buena amiga y su pareja les permite un lujo envidiable. Por temporadas,
escogen el lugar ideal para
instalarse en función del clima, gustos y descubrimientos. Paisajes urbanos llenos
de actividad después de un tiempo en poblaciones más pequeñas,
perdidas, distintas culturas, amigos, regresan, se marchan, regresan, raíces que no atan, el mundo como frontera.
Nuestro
cerebro anda revuelto. Por un lado, universal; las redes virtuales nos permiten relacionarnos
al instante con la otra punta del planeta. Por otro, encerrado, controlado;
imposible perderse, desconectar. Lo local y lo global se confunden. Lo pequeño se piensa grande. Lo grande se plantea accesible.
Cuando
pienso en los increibles y rápidos avances en el campo de la informática y las telecomunicaciones y su contribución al desarrollo de nuestro
cerebro, me invade un pensamiento ambivalente. Por un lado, me emociono al pensar en las personas que por
diferentes motivos y discapacidades no pueden moverse de su casa; no pueden andar, pero pueden navegar, conocer
gente, hablar, amar, emparejarse, la biblioteca universal en el móvil, estudiar
carreras, aprender, crear y darse a conocer. Por otro lado, me preocupo al pensar en esos jóvenes frente al ordenador, encerrados en sus cuartos en comunicación con medio mundo ignorando al vecino de al lado, obteniendo información inmediata de lo que
desean sin esfuerzo ni necesidad de memorizarla. Pienso en ambos casos y me
quedo con los enormes beneficios que estas tecnologías aportan a las personas
que no pueden moverse; que los jóvenes, -con dos piernas saludables y el mundo
por montera- espabilen, controlados y
más libres que nunca; relacionados y solos, como antes, como siempre… A ver
cuando puedo escaparme a la Cerdanya que de momento nuestros cerebros necesitan
algo más que fotos para viajar.