Suele
ser lo habitual. Último día de consulta antes de fiestas. En esta ocasión, un par de semanas
por delante de desconexión. La mañana a tope de visitas. Pues bien, del
cielo, urgencias, sin tiempo, un hueco, qué hueco. Llamada de dermatología: una
paciente rabiando de dolor. Su lesión
cutánea prácticamente ha desaparecido con el tratamiento antiviral para el herpes zoster, sin embargo, el dolor
persiste, persiste insoportable. Claro, claro, que venga, entre visita y
visita, la visitaré, para eso estoy, entre visita y visita, otra urgencia. En esta ocasión, llama la hija del posible paciente. Un psiquiatra amigo
en común le ha dado el teléfono de mi consulta. Desde hace unas cuantas semanas
su padre no duerme; se levanta, se agita, en plena noche, se empeña en salir, medio
desnudo, desorientado. Llevan tiempo queriendo traerle a la consulta, imposible
convencerle, se niega, no hay manera, intentarán que venga, pero, de momento, a
dos manzanas, la hija, su mujer, un minuto, claro, claro,
que vengan, para eso estoy, entre visita y visita, las escucharé.
Acostumbrada
a tratar de solucionar problemas médicos; diagnóstico y tratamiento; milagros,
no. La neuralgia postherpética es molestísima; un dolor intenso a modo de
descarga eléctrica o punzonazo casi constante,
al roce, de llorar, por lo general, no responde a los calmantes habituales -mórficos
incluidos-, pero, gracias a los laboratorios farmacéuticos que invierten en
investigación, existen tratamientos específicos que suelen aliviarlo. Los
mismos fármacos que controlan el dolor de la neuralgia del trigémino ayudan a
disminuir este dolor provocado por la inflamación de la raíz nerviosa afecta
por la infección del virus del herpes zoster
que a pesar de darse por curada con el tratamiento
antiherpético, en ocasiones, continua doliendo, a veces durante meses. Se trata de una medicación cuya tolerancia no
siempre es buena y es preciso iniciarla a dosis bajas e irla subiendo
paulatinamente. Así se lo explico: como tomarla y como retirarla en caso de que
no la tolere bien. Esperemos que la tolere bien, esperemos que en unos días el dolor sea
más soportable e incluso llegue a desaparecer, la animo. El pesimismo te lava las manos, pero, no ayuda a nada más.
El
caso del paciente que no quiere venir a visitarse es mucho más complejo. Sin paciente; adivinos, no. Por
lo que me explican, puede estar comenzando una demencia degenerativa, no obstante, sin verle, imposible diagnosticarle, además,
de confirmarse, deberá realizarse el estudio etiológico correspondiente que incluye una resonancia cerebral y una analítica para
excluir determinadas causas secundarias; un tumor cerebral o un hipotiroidismo
entre otras posibilidades. "Al menos, mientras le convencemos para que venga, denos un
tratamiento para calmarle". Qué fácil parece. Qué difícil. Y es que, en una persona de edad avanzada, especialmente si presenta un
deterioro cognitivo, los habituales ansiolíticos no solo no mejorar el problema
del insomnio y ansiedad, sino que lo empeoran;
aumentan la agitación. Lo único que puede ayudar a mejorar el cuadro clínico
referido son los neurolépticos; medicación con bastantes efectos secundarios,
por lo que, sin ver al paciente, no puedo prescribirlos. Cara de desesperación
familiar. Pienso en el psiquiatra amigo. "Hablen con él, quizás él pueda ir a
visitarle a su casa". Pero si les ha aconsejado que le visite yo… "O quizá su
médico de cabecera…" No tiene médico de
cabecera. Entre la espada y la pared, al fin, opto por darles una receta con dosis muy bajas del
neuroléptico de mejor tolerancia y a ver si hay suerte y el paciente después de
fiestas accede a venir a visitarse.
Pasadas
las tres de la tarde, salgo de la consulta. Cantabria me espera, un trozo de Cantabria, me ilusiona la idea,
comprarme un terreno y plantar una cabaña, a ver qué encuentro, me la imagino
mientras ando hacia mi casa, mi ciudad,
Barcelona, mi tierra, mi tierra, un trozo de Cantabria, a ver qué encuentro.
Foto: Isabel Güell