martes, 24 de enero de 2012

Nada es para siempre

Este nuevo equipo de gobernantes de un barco más escorado que el Concordia   está resultando una mina para mi blog.  En esta vida nada es para siempre  y vuelta a su camarote de capitán. Así estamos.
Nada es para siempre. La juventud, por ejemplo. Y me pregunto… entre tanto avance científico…  ¿Llegará el día en que la ciencia consiga  detener el normal proceso de envejecimiento de nuestro organismo?  ¿Qué opinan los expertos  al respecto? Muchos invertebrados y peces experimentan un casi inapreciable declinar con un crecimiento constante a lo largo de toda su vida. ¿Por qué, al menos, no podemos aspirar a algo semejante?  Una de mis amigas  suele chafarme  mis aportaciones a   las tertulias sobre cualquier curiosidad o asunto  de interés general,  pues resulta que  lo sabe casi todo. Seguro que conoce la historia del salmón del pacífico, así que no la  contaré. Sobre la existencia de una especie de reloj biológico en nuestras células,  también habrá  oído hablar; aunque en relación a  este tema hay avances de enorme interés, por lo  que espero sorprenderla.
Exceptuando  las neuronas que siguen su particular camino,  las células de nuestro organismo se dividen cada cierto tiempo; de este modo el órgano al que pertenecen se mantiene con células renovadas y jóvenes.  Eternamente jóvenes a no ser por un contratiempo: esta capacidad de las células para dividirse no es infinita. Se estima entre 50 y 90 el número de divisiones: es lo que se conoce como reloj celular. Con el tiempo llega la última división y la célula envejece y fallece. Hoy sabemos que el problema reside en la falta de una enzima.  Una enzima que si   tienen los peces, pero no las células de nuestros órganos. Pues, bien,  sorpresa;  resulta que  nuestras células madre también la tienen… Eternamente jovenes.  ¿Por qué, no?