viernes, 25 de enero de 2013

AMOR (3)


Lo siento,  pero sigo enganchada a los hombres –mayores y no tan mayores- que se vuelcan ante la enfermedad de su mujer. Tantos casos a la inversa, quizás por eso mi mente se  ha quedado enternecida ante la imagen de Trintignant  despidiendo sin contemplaciones a una de las cuidadoras ante  la primera muestra  de trato  poco respetuoso  hacia su mujer  en estado clínico de total indefensión.  

Esta  tarde  ha aparecido  por mi consulta mi nuevo heroe:   aún en edad de  salidas y planes;  unos setenta años bastante apaleados, no por exceso de arrugas y desgaste corporal, sino por la carga familiar que soporta, la nula ayuda externa  y los pocos recursos económicos de que dispone para sobre llevar la situación  que le está tocando vivir. Como siempre,  acompaña a su mujer  que la visito periódicamente desde hace tres años. Diagnosticada de una demencia degenerativa tipo enfermedad de Alzheimer, parece su madre; cuatro pelos, sin algún diente, aún así, conserva una sonrisa encantadora, bondad, se la coge cariño enseguida. Por mi parte,  me alegro de verla cada vez que entra en mi consulta; un placer,  a pesar de su inevitable deterioro mental progresivo que, al menos, en su caso, emperora  muy lentamente,  gracias tanto a  la medicación actual  para esta enfermedad -que no detiene su curso, pero, por lo general, lo enlentece- así como por los cuidados y atenciones que recibe por parte de su marido que la mantiene activa e integrada en su entorno en la medida de lo posible.  Su memoria reciente o capacidad para retener información nueva está en las últimas, no obstante aún  puede seguir  más o menos una conversación sencilla, no sufre, sino al contrario, ya le gustaría a la mayoría de personas  sentirse tan en paz,  envuelta en cariño y naturalidad por parte de  su  pareja que  a base de  estar encima -sin agobiarla, sin exigencias-  consigue  camuflar lo que en estos momentos ya sería una dependencia absoluta para toda  actividad cotidiana;  vestirse, comer, salir de paseo… gracias a su pareja de toda la vida, su vida es un día a día llena de detalles y ayudas sin alardes, como si pudiera hacer lo que ya no puede hacer, como si lo que todavía puede hacer fuera más que suficiente. Envidiable marido, excelente hombre, natural, dotado para el amor, la convivencia y la aceptación de las circunstancias, un maestro, otro héroe de película, señor Haneke.   

 
Memorias de África



 
 
 
 
                                                 

martes, 22 de enero de 2013

AMOR (2)


Ayer, mientras visitaba, recordé la pelicula AMOR y en concreto  la imagen de Trintignant  sosteniendo  sin más  ayuda que sus envejecidas fuerzas  el cuerpo de  su mujer.  Me encontraba frente a una paciente que hablaba  y hablaba... sentada en su silla de ruedas,  desesperación, ansiedad  desbordante, un volcán de problemas de salud,  dolores y  mala tolerancia  a las medicaciones; “me ha vuelto a pasar, ya se lo advertí, no tolero nada, nada, de nada, me pasé dos días  vomitando”… Por mi parte, acostumbrada a escuchar y al mismo tiempo observar, en este caso,  no pude evitar desviar mi atención hacia  el  marido. Vaqueros y camisa escocesa,  jovial y saludable a pesar de  rondar  los  ochenta años.  Llamativamente relajado, miraba a su mujer; comprensivo, cómplice de sus múltiples males y quejas. Admirable, envidiable, increíble, adjetivos que me vinieron a la mente  mientras escuchaba el torrente de males  de  su mujer a la que me encontraba visitando para tratar de controlarle unos espasmos musculares en relación a una intervención quirúrgica por estenosis del canal lumbar que sólo  había conseguido  empeorar sus síntomas, según refería.   Y, mientras tanto, sin agobios ni hartazgos,  su marido la miraba; realmente un buen hombre, extraordinario,  pensé.

Relegada a una repentina dependencia por una hemiplejia, la protagonista de la película AMOR,  no se queja, aunque de fondo intuyes su desazón, desesperanza, resignación a medias, mientras su marido no duda en hacerse cargo de ella, en ayudarla más allá de sus posibilidades,  en su caso, incondicional, sin realmente queja alguna. Un cuadro armónico, encajado hasta rallar la perfección; mientras que la realidad no suele ser tan intelectualmente lineal; viendo el cuadro  de  mi paciente y su marido cai en la  cuenta de este detalle; importante  detalle sobre la película y la realidad.  Ahora comprendo el motivo por el cual, al salir del cine, mientras tomabamos una cerveza  y opinábamos  sobre la película, algo no me cuadraba;  real, pero,  tan equilibrada... no sé...   comenté; y no por la dedicación de la pareja, sino por algo que no acababa de interiorizar en ese momento.  Esa misma noche  escribí  una  entrada en mi blog  con la pelicula como centro de reflexión; la sutileza de sentimientos, una joya sobre la vida, la muerte, la vejez y la dependencia. No es que halla cambiado de opinión,  sin embargo, imaginándome  a mi paciente en su casa; queja tras queja;  y  a su marido sereno y complaciente, comprendiendo su dolor, no tan solo aguantándola sino apoyándola en todo,  levantándola  de la silla de ruedas, sentándola en el  baño, lavándola, peinándola… después de esta visita -actuaciones estelares al margen- me queda muy claro que el  Oscar más merecido debería recaer sobre mi personaje: el  marido de mi paciente. Lo  siento por Haneke y sus guionistas a los que invito a pasarse por mi consulta.

 
Foto entrada en F.
Vanesa Garcia Alonso


                             
                                       

jueves, 17 de enero de 2013

AMOR


AMOR,  del austriaco Michael Haneke,  es una obra de arte. En el interior  de una casa parisina -cocina austera, salones  y pasillos señoriales- un matrimonio octogenario interpretado por dos actores que tocan el cenit de la perfección -en especial, el francés Trintignant para el que Haneke escribió el papel según acabo de leer- transcurre una historia tan cotidiana como impactante. Una reflexión sobre la vida, la muerte, la enfermedad y la dependencia en la vejez o esa etapa vital que a todo aquel que no se haya quedado por  el camino le va a tocar vivir. Ignorada, menospreciada, maltratada, sobretodo maltratada; una etapa cruda y sabia, horrible o bella, llena de matices para reflexionar, en este caso, la unión, respeto,  amor incondicional de una pareja de músicos que tras toda una vida en común se enfrenta a un cuadro  de isquemia cerebral que deja a la mujer  repentinamente hemipléjica. En la primera escena les vemos asistiendo a un concierto de piano  de un antiguo alumno suyo, aún aceptablemente saludables. Después, ya no saldrán de su  piso, de un espacio de techos altos y puertas entreabiertas  donde las emociones se tratan de modo exquisito, sutil, sin apenas sonido, alguna pieza de piano, alguna frase basta para entender; de fondo, el amor hasta sus últimas consecuencias.

Brillante y dura; real; aunque no una realidad universal;  tantas maneras  de quererse, de enfrentarse a esa etapa tardía,  a la enfermedad. De hecho, la película me ha servido para reflexionar y comparar el modo en que trato el tema de la vejez en mi novela  la pierna olvidada”  Mi personaje, tras años de vivir solo en su casa  familiar  al haber enviudado,  se rompe el fémur e ingresa en una residencia.  Aceptación y vida,  estados de ánimo  tambien hacia dentro,  más patentes,  malhumor, humor... pensamientos  que fluyen, momentos para disfrutar aún dentro de la soledad y la dependencia, el día a día, un tiempo que ya no es tiempo sino algo extraño, monótono e interminable,  “ya sin tiempo es curioso que te sobre tanto”, reflexiona mi protagonista, mil matices donde el silencio interrumpido por los gritos de la paciente  de la habitación de arriba no deja de ser silencio o piano, amor eterno  - tan eterno e incondicional como el del personaje interpretado por Trintignant- aunque en mi novela  hace años ese amor  ya no esté a su lado. Chapeaux,  señor Haneke; la vejez o la dignidad de los años, la belleza del contenido; mis más sinceras felicitaciones.  
 

 Jean-Louis Trintignant
AMOR de MIchael Haneke     


                                                 
                                                  
                                                        


                                                                                        
                                                                                             
                                                         
        
 

martes, 15 de enero de 2013

Los antioxidantes pueden causar cancer


Magnífico título para confundir al lector y sobresaltar  a aquellas personas aficionadas a consumir productos ricos en  antioxidantes para prevenir el envejecimiento.  Publicado hace unos días en la Vanguardia,  si se lee el artículo con detenimiento,  queda claro que Watson - eminente premio nobel y figura clave en el campo de la genética-  principalmente está poniendo en cuestión las líneas de investigación en los tratamientos actuales contra el cáncer  basados  en la terapia genética de eficacia hasta el momento  limitada  y, de modo  muy  colateral, se refiere a los antioxidantes  y la posibilidad de que estos  pudieran  llevar a un pequeño número de cánceres que de otro modo no hubieran aparecido;  hipotesis o posibilidad a   demostrar de modo concluyente.

En próximas entradas me centraré en explicar que son exactamente los antioxidantes y si realmente ayudan algo a prevenir el envejecimiento. Hoy sólo pretendía resaltar este defecto del periodismo que informa correctamente en la letra pequeña  -aunque a menudo con excesivos tecnicismos para el público en general-  si bien tiende a utilizar titulares que confunden, asustan, o dan esperanzas infundadas a pacientes y sus familiares sobre nuevos descubrimientos en relación a las enfermedades que padecen.   

 Ya que estamos, rectifico, pues observo que  hay espacio para hablar  brevemente de los famosos antioxidantes. No es posible entender lo que son estas sustancias químicas y su efecto sobre nuestro organismo  sin hablar  de los radicales libres. Radicales libres de oxígeno y antioxidantes. En su equilibrio o más propiamente en su falta de equilibrio parece puede encontrarse el secreto de porqué envejecemos. Ambas moléculas producidas durante toda la vida en el interior de cada una de nuestras células. En condiciones normales,  los radicales libres de oxigeno o compuestos dañinos pues provocan cambios irreversibles en los principales componentes de las células,  son neutralizados por los antioxidantes. Pero  resulta que al ir envejeciendo hay un aumento de estos radicales libres en todas las células incluidas las neuronas que los antioxidantes no son capaces de neutralizar. Así pues, alguien inteligente pensó: aportando diariamente a nuestro organismo sustancias químicas con componentes antioxidantes como la vitamina C, la E… se acabó el problema. ¿Acertó? Los millones de aficionados a tomar  antioxidantes para prevenir el envejecimiento podrían contestarnos con el peso de su propia  experiencia. La respuesta científica para otro día. Eso sí, no puedo dejar de adelantar que  la administración de una dosis excesiva de algunos de estos tratamientos  si ha demostrado ser nociva o perjudicial;  en eso, aunque asuste en exceso, el titular del día debe tenerse en cuenta.
 
 
Foto: Julie Cristhie


                                           


                                         


                                           



                                                      

                                           
 
                                         
 
 

 

sábado, 12 de enero de 2013

¿ Evolucionar es progresar?


De nuevo al ruedo. Con mi querido padre en el corazón y dos propósitos: Progreso  y reconocimiento.  Mucho pedir; de acuerdo.  Pero no por ello dejan de ser mis dos deseos a medio plazo.   Después de más de veinte años escribiendo y escribiendo, enviando manuscritos a editoriales y premios, habiendo publicado varios libros, cierto reconocimiento más allá de entornos y fronteras; ya toca. Si además  las editoriales comienzan a rifarse mis libros, qué placer. Pues eso; reconocimiento y progreso. Progreso en el sentido de mejora, más afectos, más proyectos, viajes, experiencias, descubrimientos, lunas   incluidas.  Nada de adaptación al medio; qué  para  eso somos humanos y no chimpancés.

Y es que existe cierta confusión al respecto. ¿Evolucionar es progresar? Pues no necesariamente. Hoy sabemos que la evolución de los organismos vivos se fundamenta en una  improvisación constante. Y es que la naturaleza no está sometida a un proceso de optimización permanente.   Ensaya y descarta; prueba nuevas posibilidades. Si la prueba funciona, se mantiene durante un cierto tiempo; pero cuando las condiciones del entorno cambian; las especies se transforman en otras o bien se extinguen. ¿Qué conclusión se puede sacar de ello? Pues nada más y nada menos de que el hombre contemporáneo no es el resultado de ninguna  meta preconcebida. La típica imagen de la escalera es tan esquemática como inexacta. Entender la evolución como adaptación  al medio más que como progreso sin duda nos ayudará a comprendernos mejor a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Independientemente de que como personas pretendamos progresar, progresar y progresar, riesgo de no adaptarnos al medio;  de acuerdo, riego de fracaso; cierto, pero, dueños de nuestras propias vidas, subiendo o bajando escaleras, profundizando y experimentando, viviendo, por cierto; en marcha mi nueva novela; un adelanto;  tres hermanas;   se la rifarán.

Foto entrada en F.
Paco Marcó Suqué