viernes, 1 de febrero de 2013

Música y vida


Buen paseo  por la carretera de les aigües. Estos días templados de invierno, cielo despejado, luz nítida  y refrescante; frecuentes en Barcelona; una delicia. En esta ocasión, con tiempo y   compañía, montaña arriba, en baja forma para ascensos excesivos, pero, en fin, contenta del esfuerzo una vez  vuelta abajo. Ya en plano, un rato de conversación, otro de música y a casa.

Después de una ducha -pelo incluido-,  me tumbo en la cama y enciendo el portatil. Planeo una tarde de domingo tranquila, escribiendo, escuchando música. Mi loft, de techos altos y espacios amplios, como un refugio que inspira, trasmite paz, reflexión; silencio o música, según los momentos, mi estado de ánimo. Es curioso, no suelo escribir sobre música, sin embargo, a la típica pregunta de qué te llevarías a una isla desierta si sólo pudieras llevarte una cosa,  sin duda  escogería  las sonatas de piano de Beethoven: infinitas  en matices y contenido; una verdadera creación para la eternidad.

La música y la vida. “Sin los seres vivos, el sonido sería silencio, y la música, viento” escribo en mi libro el  cerebro al descubierto cuando trato de explicar que  sin un aparato receptor adecuado que convierta las ondas sonoras en actividad neural y un cerebro que procese la información recibida, el árbol  al caer no produciría ruido  sino partículas de aire en movimiento. Partículas o moléculas de aire que se desplazan al caer el árbol  y vibran unas con otras lo que provoca un cambio de presión del aire que se representa en forma de onda sonora. Cada onda sonora con sus tres propiedades: amplitud (volumen), frecuencia (tono)  y complejidad; el enigma de los diferentes sonidos hace tiempo descifrado.   

Pues bien,  nuestro cerebro dispone de una obra maestra  de ingeniería capaz de detectar variaciones de presión del aire muy pequeñas. Un órgano receptor en el oído capaz de analizar las distintas propiedades de la onda sonora y convertirlas en actividad neural que viaja a través del nervio auditivo hasta la corteza cerebral especializada. El lóbulo temporal derecho para la música y el temporal izquierdo para el  lenguaje. Ambas complementarias y en conexión entre ellas y con otras áreas cerebrales  para hacer del sonido una experiencia vital ilimitada. Buenas tardes a todos, por cierto, la interpretación  que no me canso de escuchar desde hace ya muchos años es la del pianista ruso Emil Gilels. Por cierto, !cómo me recuerda este niño  a mi hermano mayor!    

Foto entrada en F.
Jaques Lowethe