jueves, 4 de julio de 2013

Escuchar; ser médico


Más de un año sin aparecer por mi consulta.  Como si fuera ayer.  Los mismos ojos saltones llenos de vida y problemas, un montón de problemas empezando  por su hijo; un tacaño de campeonato, palabras textuales, administrador de sus bienes que no le da ni un euro para sus gastos personales. La visito desde hace años por sus cefaleas diarias. Imposible de controlar, entre otros factores desencadenantes, por los pleitos mantenidos con su hijo.  Así lleva varios años, como si fuera ayer, tomando diariamente ibuprofeno para aminorar sus cefaleas que cada vez que viene a visitarse le insisto  en suprimir así como cualquier otro tipo de calmante y centrarnos en encontrar una medicación preventiva diaria eficaz para tratar que su calidad de vida mejore y desaparezcan o, al menos,  disminuyan en intensidad y frecuencia sus cefaleas.

En esta ocasión, ni siquiera me habla de sus cefaleas; su hijo,  su casa señorial llena  de gatos,  entraron a robar, lo destrozaron todo, todo, todo, habla y habla de todo menos de su cefalea que doy por hecho continua siendo diaria, ibuprofeno incluido. El médico de cabecera no se los quiere recetar, pues  en los últimos análisis la función renal ha salido  alterada, interpreto por lo expuesto.  Apoyo a su médico;  el ibuprofeno tomado con frecuencia puede  dañar el estomago, el riñón, elevar la tensión arterial… asi que debe suspenderlo.  Si lo suspende, le pautaría una tanda de corticoides durante una semana para evitar empeoren sus cefaleas por el efecto rebote de su retirada, pero, antes, debe asegurarme que dejará de tomar iburpofeno; si no, peor,  inútil y todavía peor.

Pero el asunto es que  ella  no ha venido a saber lo que ya sabe sino a hablar conmigo como  médico de confianza; hablar y hablar,  contarme sus cosas, sus problemas. Yo, simplemente,  la escucho. A lo largo de los años, paciente a paciente, he aprendido a distingir cuando  sobran las interrupciones, las preguntas encaminadas a conocer lo que el paciente ya sabe o no sabe pero no quiere saber. Como médico, no es fácil algo tan fácil; escuchar y escuchar, no pretender aleccionar y conducir la conversación a base de preguntas que interrumpen el guión del paciente; su historia, su vida, sus problemas, a eso viene,  eso le libera de cierta tensión,  eso cree, eso espero.

Al fin ha conseguido que su hijo le dé el dinero para pagarme las visitas que me debe. Le comento que con esta última ya es suficiente; ni hablar, ella quiere saldar sus deudas; asunto para  mi secretaria, ella lo ajustará.  Si no fuera porque tiene la función renal alterada, hasta claudicaría en insistirla sobre la necesidad de no tomar ibuprofeno; tantos años insistiéndola, tantos años tomándolos. Uno, uno, sólo uno al día, me dice; opto por aconsejarle  que lo sustituya por otro antiinflamatorio.  No sé si me hará caso. Que su médico de cabecera le solicite en un par de meses otra analítica y me llama para informarme de los resultados,  mi último comentario camino de la recepción, un beso rapido de despedida, mientras  cojo la historia por rellenar de  una primera visita que lleva esperando un buen rato.

Llego de darme un baño en el mar; delicioso. A última hora de la tarde, el mar plano, algo más limpio que el otro día, casi nadie en la playa, el sol aún cálido, sin quemar, un gin tonic   en el chiringuito  me ha sentado estupendamente y me ha inspirado esta entrada. Ahora  salgo a cenar a una taberna japonesa donde bordan  el tartare de atún y las empanadillas de verduras,  sake no tomaré,  un par de cervezas sin alcohol y luego otro gin tonic  en una terraza de la zona, es viernes y es verano, buen fin de semana.

Foto entrada F. Jordi Esteva