martes, 17 de mayo de 2016

El ladrón de palabras

A propósito de una película que acabo de volver a ver en vídeo en mi actual entusiástico intento de incorporar de una puñetera vez  el inglés a mis circuitos neuronales. Algo así como una sencilla reflexión sobre la verdad en medicina.
En la práctica clínica, cada paciente es un mundo, una duda, un miedo, un problema diferente, sin embargo, existen dos modelos extremos. Por un lado están las personas que ante el menor síntoma de su cuerpo se alarman y consultan de inmediato al médico; un sutil mareo, una leve cefalea,  dolor de espalda… correcto  y conveniente si no fuera por qué, en especial, a cierta edad, lo más probable es que uno se pase el día en el médico. Y, por otro lado, desde temprana edad, esa actitud de alarma constante, si uno se pasa de determinada raya, entra de lleno en lo que se llama ser un hipocondríaco. Por el contrario, en el otro extremo, se encuentran aquellas personas que tardan meses y meses en consultar síntomas  verdaderamente alarmantes. Miedo o, ya se me pasará. Por mi parte -encontrándome mucho más cercana a este segundo modelo de paciente- como médico no abronco ni echo leña al fuego por las consecuencias en ocasiones irreparables de no haber consultado a tiempo… no hay marcha atrás, a ver qué se puede hacer… comprendo el miedo, esas ganas de que la vida sea de otra manera y esa esperanza un tanto ingenua de despertarse por la mañana como nuevo. Concluyendo, de extremo a extremo, evitarlos, ni hacer uno mismo de médico, ni estar todo el día de especialista en especialista. Agenciarse un buen médico de cabecera. El mejor de los consejos.  
 El ladrón de palabras, película que me ha inspirado, no habla de medicina sino de mantenerse firme en una mentira o de la verdad como liberación. La verdad como única salida. Y es que, reflexionado sobre el tema, no se me ocurre ninguna circunstancia vital en la que la carga de la mentira sea asumible o preferiblemente asumible de por vida a pesar de la avalancha de complicaciones y problemas que supone desvelar la verdad. “¿Cree que puede robarme parte de mi vida,  hacerla suya y esperar arreglar las cosas?  le dice un hombre envejecido por los años y su historia magníficamente interpretado por Jeremy Irons,  al joven escritor plagiador de su manuscrito extraviado décadas atrás.  “Todos tomamos decisiones en la vida. Lo difícil es vivir con ellas. Y nadie puede ayudarle con ellas”  No desvelo más datos de la película por si algún lector no la vio en su momento. Muy aconsejable. Y lo del médico de cabecera. Y lo de aprender idiomas  a partir de cierta edad… ah… el mar, el mar, zambullirse, ya llega… lo más de lo más.

El ladrón de palabras

                                                      



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