sábado, 15 de diciembre de 2012

Paseando por las Ramblas


Vengo de comprarme ropa. Las ofertas son tentadoras, aunque  la prenda escogida para probar  tiene que cumplir unos requisitos que rara vez cumple. El caso es que hoy he sustituido un abrigo por otro. Calidad, buena caída, buen precio. Mientras paseaba  por las Ramblas con las solapas elevadas y las manos en los bolsillos de mi estupendo  abrigo nuevo, me he sentido con las fuerzas algo recuperadas. Sin venir a cuento, se me ha ocurrido  una entrada para mi blog.

Durante estos meses,   conviviendo con la enfermedad desde el asiento del acompañante, he tenido la oportunidad de  constatar un hecho  entre curioso e interesante;  incluso me he dedicado a mi misma  una tenue sonrisa  sin dejar de pasear Rambla abajo. En realidad, nada nuevo, ya lo había intuido desde el otro lado del escritorio,  si bien, hasta ahora, no lo había racionalizado o reflexionado en su justa medida; pura casualidad, nada relevante,  eso pensaba.

“El mareo es prácticamente constante, floto al caminar desde hace meses” “Diario, sí, sí, diario, el dolor de cabeza  no me abandona  desde hace más de un año”   “Las palabras no me salen, me quedo bloqueado en plena conversación” me cuenta un paciente manteniendo  un lenguaje fluido envidiable. Simples ejemplos de lo que suele ocurrir en la consulta del médico: ese mareo, esa cefalea  persistente, justo en ese momento,  oh, casualidad, justo en ese momento, ha  desaparecido… cómo si el hecho de acudir al médico provocara en sí mismo un efecto curativo (por desgracia, un espejismo que dura lo que dura la visita y poco más) Hechizo temporal. Frente al médico; asintomáticos.

Ante estas situaciones aprovecho para tranquilizar al paciente.  Los procesos o enfermedades neurológicas preocupantes habitualmente se constatan con una simple exploración clínica.  Eso no quiere decir que los síntomas no existan, por supuesto existen pero, tras la anamnesis y la exploración, en la gran mayoría de casos,  el neurólogo  estará en disposición de emitir  una impresión diagnóstica acertada.  

Pues bien,  no es que mi papel de acompañante de enfermo me haya hecho cambiar de criterio, sin embargo, me ha hecho reflexionar.  Quizá por su carácter, quizá por el esfuerzo extra que supone acudir a visitarse, determinados pacientes encuentran fuerzas para presentarse ante el médico en el mejor de su inestable  estado de salud. Ese día, se levantan del asiento, caminan aceptablemente bien, no se bloquean al hablar, no sangran, el  dolor es tolerable,  ese día que deberían mostrarse los síntomas en todo su esplendor para que el médico pudiera valorar el problema con la mayor exactitud posible, ese día los síntomas, los síntomas, qué síntomas. Ah, y en los procesos graves aparentemente estacionados, las desgracias que están a punto de aparecer, aparecerán mañana.

Así estamos.  Paseando por las Ramblas, un Shawarma, me apetece un Shawarma, pasar por el video club y escoger una película. Suena el movil.
 
 
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Sin referencia del autor