viernes, 21 de septiembre de 2012

Pequeños placeres


Apurando el verano  me estoy levantando temprano y  en tres  paradas de tren   me planto en el mar. La playa  desierta,  la arena limpia y  alisada por las máquinas, el mar como una balsa.   Me adentro  y nado en paralelo  a la orilla.  En un par de horas,  ya estoy visitando; resolviendo problemas,  valorando la medicación más aconsejable en cada caso, escuchando historias clínicas y no tan clínicas,   dando explicaciones sobre enfermedades, síntomas, solicitando pruebas complementarias. 

Esta mañana, mientras nadaba, me he sentido especialmente afortunada.  A unos cuantos años luz de esa  atenazadora  edad de renuncias practicamente inevitables. De momento, sin enfermedades que me limiten,  trituren, me impidan meterte en el mar. De repente, me ha venido a la mente la cara  de felicidad de un paciente en la sala de rehabilitación de uno de los hospitales de referencia mundial en neurología: el National Hospital, Queen Square de Londres. Me encontraba rotando por sus diferentes departamentos  en una estancia de tres meses al terminar la residencia.  El servicio administrativo del hospital acababa de encontrarle  un trabajo al comentado paciente  que recuerdo más bien entrado en canas. En función de dicho trabajo iban a comenzar una rehabilitación específica. Aprovechar al milímetro los recursos de su discapacidad. Potenciar lo que se podía potenciar, adaptar utensilios y herramientas  a sus secuelas. Aún recuerdo lo que me impactó el caso desde el punto de vista   de  eficiencia sociosanitaria.   En paralelo a  la  rehabilitación básica,  buscar al paciente un  trabajo y posteriormente  iniciar una rehabilitación adaptada al trabajo encontrado. Por lo que había vivido hasta entonces; insolito; ejemplar.  Al margen de impactos y administraciones que funcionan rozando la excelencia, ¿qué tendrá que ver este caso con mis brazadas tempraneras? me pregunto y me respondo sobre la marcha:  poco y mucho; la vida misma, pero no una vida  bajo el prisma de renuncias  sino de recursos optimizados, pequeños placeres, placeres  aún dentro de las adversidades,  buscados, encontrados, siempre posibles  antes de que llegue la nada,  e, incluso   -pecando de optimista-  adentrarse en la nada  tiene su punto.   Buen otoño, amigos.
 
 
Foto entrada Facebook por A. Nuñez